El mes pasado acabé mi artículo hablando de la espalda. Como la colocas cuando empiezas a conducir, en la conducción y después, te dará información de cómo te has usado al conducir.
Tu espalda, al ser tan larga y ancha, refleja las consecuencias de algunas de tus dificultades a la hora de conducir. Es una parte fundamental en ti y su configuración en el espacio te define como especie. Cuando conduces, la espalda debería estar erguida. Esto no aporta nada nuevo a lo que ya sabías, ¿verdad? El caso es que si no está erguida puedes estar seguro de que algo va mal o lo hará en el futuro. En el artículo anterior he hablado de elementos “internos”, es decir, partes de tu cuerpo que puedes observar y cambiar. Ahora me ocuparé de elementos “externos”, es decir, partes del coche que puedes usar como puntos de referencia externos a ti y que te darán información sobre lo que pasa e intervienen en como está la espalda. Se trata del respaldo del asiento, la inclinación del asiento, el cinturón de seguridad y el volante.
Ante todo recuerda: la rectitud de la espalda no es un objetivo. Si tu musculatura y las fuerzas que la animan están ordenadas, será una consecuencia. Y también una fuente de información para cambiar la forma de conducir. Si estás conduciendo y ves que tu espalda no está erguida, empieza a mirar(te). Esto es lo que cambiará el resultado final. En mi experiencia no hay demasiadas normas a las que ajustarse, más bien una serie de cosas que chequeo con constancia pero sin prisa. El estado de mi espalda me indica por donde empezar. Vamos.
1. El respaldo del asiento.
Observa la forma que tiene antes de sentarte en él. ¿Tiene un ángulo pronunciado hacia atrás o está casi recto? Si está muy hacia atrás trabaja con ello durante varios días, ve cambiándolo poco a poco, ya que si lo hicieras muy rápido sería tan incómodo que lo percibirías como incorrecto. Si el respaldo está muy hacia atrás, observa tu espalda, el cuello y la cabeza: la espalda se arqueará, el cuello se pondrá rígido y la cabeza tendrá que quedarse quieta en una posición para asegurar la estabilidad. La libertad de movimiento, por la ventana.
2. La inclinación del asiento.
Por motivos de seguridad, el asiento está configurado de tal forma que la rodilla siempre estará más alta que la cadera. Esto asegura que si hay un frenazo brusco, la mecánica no te impulse hacia delante sino todo lo contrario. Sin embargo, la mecánica de tu cuerpo resulta favorecida con esta opción. De hecho, es la cadera la que debería estar más alta. El acto de conducir impone un cierto desorden estructural en las piernas, lo cual puede afectar a la espalda: se aprietan contra la articulación de la cadera y la espalda tiene más difícil hacer su trabajo. Por eso es importante que trabajes la atención. Observa si tus lumbares se “desmoronan” sobre el respaldo. Recuerda que el respaldo está ahí para dar soporte, no para “sustituir” a la espalda. ¿Y si el respaldo desapareciera de pronto? Ensaya en casa lo que es sentarse sin respaldo (no más de cinco minutos) y con él. ¿Te desmoronas? Si es así, es muy probable que el mismo hábito esté funcionando cuando conduces.
Si tienes la sensación de que te has derrumbado sobre el respaldo, observa como están el cuello y la cabeza. Verás que están desordenados; suelta los hombros y recuerda que tu dirección general es hacia arriba. Siempre hacia arriba.
3. El cinturón de seguridad.
Observa si al ponerlo te está haciendo encogerte en el frente del tronco, desde el pubis hasta el esternón; y desde éste hasta detrás de las orejas. ¿Te está llevando hacia abajo? Puede que al principio del viaje, no. Después de un tiempo vuelve a comprobarlo; si ves con claridad que sí, muévelo un poco hacia fuera y piensa en soltar el frente del cuerpo, el cuello, los hombros. Si estableces esta dinámica verás que es mucho más fácil con el tiempo y tendrás una relación constante con tu cuerpo cuando estés en el coche.
4. El volante.
Observa si lo estás agarrando como si no hubiera un mañana. Me resulta muy útil pensar en soltar los hombros, ya que cuando agarro el volante demasiado los hombros se bloquean. Suelta los codos y permite que se alejen de las manos. El volante es un gran punto de referencia para saber si estamos agarrados. Trabaja agarrando el volante lo mínimo posible, con las manos cerradas, con las manos cerradas pero sin agarrar, alargando los dedos, volviendo a cerrarlos sobre el volante.
Este trabajo que te propongo puede llevarte semanas, incluso meses. Aunque te lleve un año entero, verás que tu forma de conducir no hace más que mejorar. Verás que el acto de conducir se convierte en un entorno interesante en el que mejorar tu uso y que te hará pensar en lo que haces en otros ámbitos. Y, lo mejor de todo, te dolerá menos la espalda, el cuello y los hombros.
Para terminar sólo diré: si conduces, respira. Me ocupo de este importante tema en otro artículo.