¿Sueles responder así a esta pregunta tan habitual en nuestro idioma?
Todo lo que está pasando debajo de la piel, incluidos los pensamientos sobre tu persona y las circunstancias que te rodean, puedes llegar a resumirlos con esas palabras. Es posible que respondas “bien” simplemente porque explicarte podría ser conflictivo, peligroso o incómodo, según la persona que esté enfrente.
Si supieras en realidad lo que pasa debajo de la piel, esto no sería un problema. Pero, ¿lo sabes? Esta información es compleja y lo normal es que no lo sepas. En primer lugar, no puedes ver en qué estado está la musculatura o las articulaciones, y a menudo tampoco tendrá una gran conciencia de muchos de tus pensamientos. El organismo está provisto con infinidad de mecanismos que dan información sobre el estado de las cosas, dándote la opción de salir de la dicotomía bien-mal.
Recuerdo muy bien que cuando empecé a recibir mis primeras clases de la Técnica aprendí a tumbarme en el suelo a diario, como me había recomendado mi profesora, incluso varias veces al día; entonces, mi concepción del dolor de espalda, la razón por la que empecé clases, dio un vuelco. No era solo que “algo” estuviese mal en mi espalda, sino que mi reacción a la vida, no me llevaba a corregir, sino a potenciar, el dolor. Empecé a tener una relación con el “matiz”.
Este artículo va de los matices. De los matices en tus concepciones, en tu percepción de lo que te pasa y de la reacción que tienes a lo que te pasa. Si te fijas, hoy en día el mundo es muy dicotómico. Soy zurda o diestra; de derechas o de izquierdas, del Madrid o del Barça; ¿lista o tonta?, ¿gorda o flaca?, ¿flexible o rígido?. Lo normal es que te definas como una cosa o la otra. Y esta forma de definirte, puede llegar a limitarte. Claro que, esta definición también te hace sentir en un lugar de seguridad. Cambiar cuesta.
Te doy un ejemplo: digo que “fumo” pero en realidad, en cuanto lo desee, puedo dejarlo. Puedo idear la forma de hacerlo y el cambio real en mi vida va a ser pequeño. Cuando digo que el cambio “real” es pequeño, me refiero a que no me hace falta cambiar de país, de relaciones o de trabajo, y mi personalidad no se verá afectada. Se trata de buscar, encontrar e implementar una estrategia. Ahora bien, si digo que “soy rubia”, esto ya sería mucho más difícil de cambiar. Me puedo teñir el pelo, pero en esencia sigo siendo rubia y en cuanto el tinte se gaste, volveré al color que indican mis genes. Si digo que tengo dos brazos, lo mismo, puedo perder uno, pero el trauma será considerable y tendrá un efecto esencial en todos y cada uno de los aspectos de mi vida. No hay matiz, soy rubia y tengo dos brazos. Me puedo definir de esa forma; no me definiría jamás como “fumadora”, porque sé que puedo cambiarlo sin que mi esencia se vea afectada.
Pero en tu funcionamiento sí que hay matices. Y a eso nos dedicamos en la Técnica Alexander. Buscamos y encontramos matices, los exploramos y crecemos a medida que se hacen presentes en nuestra cotidianeidad. Por ejemplo, te duele el brazo, sí. Pero ¿qué pasó en el rato anterior a que empezara a dolerte?, ¿qué hiciste contigo misma?, ¿qué actividad hacías y con qué actitud la llevabas a cabo?, ¿te duele como suele dolerte?, ¿con la misma intensidad y el mismo rato? Todas estas preguntas introducen una serie de matices que hacen que ese dolor ya no responde solo a la idea de dolor: mal. Si no que responde a una actividad mucho más rica y que puede llevar a la puerta para cambiarlo y eliminarlo.
Introducir el matiz en tu reflexión y observación de lo que haces y como lo haces es una buena idea. De esta forma, no solo se enriquece la actividad que haces, sino que te pones en la disposición de recibir gran cantidad de información sobre tu persona. Si andas, por ejemplo, observa el suelo sobre el que el pie se mueve. Observa el calzado que llevas y lo que le impone al pie. ¿Lo aprieta o deja que los dedos se muevan? ¿Sujeta el tobillo, permite que la planta haga el juego del paso con facilidad, se apoya bien cuando plantas el pie en el suelo? Cuando andas, ¿estás mirando a lo lejos, enfrente, hacia abajo?, ¿estás enfocando la vista, usando la visión periférica, o tan solo ves, sin mirar?
Esta misma lógica se puede aplicar, por ejemplo, a la forma en que te sientas frente a tu ordenador. Qué haces con los pies cuando estás sentado, con los brazos o las piernas, como sitúas la cabeza o cuanto tiempo pasas en la silla, si te retuerces o colapsas sobre el respaldo. Si respiras por la boca, la tensas o el entrecejo está fruncido. Toda esta información te ayudará a explicar si hoy te duele la cabeza o te vas a casa con los hombros o los brazos doloridos.
Y todos estos matices, ¿para qué? Pues para funcionar mejor. Te interesa la información y que esta sea lo más fina posible para poder resolver las cuestiones que van surgiendo. Si tienes la información, y lo más pronto posible, podrás acometer las “reformas” necesarias; si no la tienes, sencillamente no podrás. Todo es una práctica. Y, sobre todo, si te habitúas a recibir las señales que te llegan, y a atenderlas, tu “sensorio”, el conjunto de todas las sensaciones que van del cuerpo a la mente consciente, será cada vez más rico en matices.
La especialidad de los profesores de la Técnica Alexander es ayudar a tu organismo a enriquecer la información sensorial a la que tienes acceso cuando haces la vida. Ayudamos también con el conocimiento que te llevará a tener una interpretación correcta de las sensaciones. Nuestro propósito es que llegues a ser independiente en el día a día, de forma que vayas procesando la información para conseguir lo que te has propuesto sin hacerte daño. En las clases, suelo proponerte alguna pequeña actividad para observar y trabajar hasta la siguiente clase. He observado que estos pequeños y sencillos trabajos que les propongo a mis alumnos son muy útiles para desarrollar su propio criterio.
Cuando tienes un problema y recurres a un “especialista”, recibes la ayuda que necesitas (en el mejor de los casos) pero su trabajo solo llega hasta un punto. El resto, lo tienes que resolver tú. Nadie puede “obligarte” a no torcerte cuando estás demasiadas horas en el ordenador, o a no colapsarte si estás en la silla. Se trata de ti y tú puedes cambiarlo, pero necesitas los matices. Observarte y llegar a alguna conclusión. Manejar la información que te proporciona el especialista es tu labor; tu capacidad y deseo de observación son herramientas de las que dispones; la buena noticia es que la Técnica Alexander las expande y las potencia.
Te propongo una pequeña actividad: siéntate en una silla que tenga el respaldo un poco recto. Para empezar, en el filo de la silla, sin que la espalda esté en el respaldo. Obsérvate. Observa si los dos pies están en el suelo, si cruzas una pierna sobre la otra (y pregúntate si es siempre la misma pierna) o los tobillos. Decide dejar los pies en el suelo y observa lo que eso te genera (si experimentas comodidad o incomodidad, si te tira alguna parte de las piernas, la pelvis o la espalda). Ahora, lleva las nalgas hacia atrás, para apoyarte en el respaldo de la silla. Cuando haces esto, ¿la tripa o la parte delantera de los hombros, se encogen?, ¿se arquea la espalda? Observa. Por último, vuelve a ponerte en el filo de la silla y, sin mover las nalgas, inclínate hacia atrás hasta que la espalda toque el respaldo. ¿Es igual a la situación anterior? ¿Tiene un efecto en tu sensación de comodidad? ¿Lo ves posible, siquiera? Obsérvate con un sentido “crítico”, sin dejarte llevar por las sensaciones, pero sin ignorarlas.