El miedo. Artículo sobre Técnica Alexander con Marta Barón en Madrid

La pauta de sobresalto: el miedo interfiere en la eficacia del cuerpo

F. M. Alexander habla en sus libros de los “reflejos del miedo indebidamente excitados”.

El diccionario define «reflejo» como: “acto que se produce involuntariamente como respuesta inconsciente a un estímulo externo”. En este sentido, en el cuerpo humano hay muchos reflejos de tipo físico, como el hecho de estar erguido, la respuesta a una corriente o algo muy caliente o la reacción del diafragma al cambio de presión entre pulmones y exterior.

El miedo es una reacción que sirve, en principio, para asegurar la supervivencia. Cuando vemos una gacela pastando cerca de una manada de leones, y vemos que súbitamente y sin levantar la vista empieza a correr, ahí está el miedo. Y le puede salvar la vida. Otra cosa es la reacción automática que tienen muchos seres humanos frente a diferentes estímulos: miedo a volar, al frío, al viento, a las arañas, a hablar en público, a perder el trabajo, a quedar mal, y un largo etcétera que cada uno puede sacar de su vida. Estos miedos son irracionales, como el de la gacela, pero no responden a una situación “real”. Son “reflejos mentales” que se ponen a funcionar en una dirección equivocada; no sólo no ayuda a la supervivencia, sino que interfiere con el funcionamiento óptimo de los mecanismos musculares.

Alexander usa muy a menudo la expresión “indebidamente excitados” y se refiere a una serie de reacciones que se ponen en marcha innecesariamente. Impiden el buen uso de uno mismo y evitan que el ser humano desarrolle sus cualidades.

Cuando el miedo se convierte en un reflejo indebidamente excitado, la vida se complica mucho. No es una reacción voluntaria, razonada ni consciente. Interfiere con todas las áreas de nuestra vida, desde la toma de decisiones hasta la capacidad de aprender, disfrutar o resolver una situación.

En la Técnica Alexander no abordamos el miedo en su aspecto mental sino en el físico. Puesto que el ser humano funciona como un todo, hay conexión entre todas sus partes. Cualquier miedo mental o emocional tiene una manifestación física. De hecho, se puede ver. El miedo empieza físicamente en la región cabeza-cuello; éste se pone rígido y se encoge, lo cual obliga a la cabeza a ir hacia atrás. Entonces los hombros se elevan encogiendo la región del pecho; se encoge la tripa y se doblan las rodillas. Este patrón aparece cuando nos sorprende un portazo y el ruido nos asusta; o cuando vamos paseando y un perro ladra agresivamente asustándonos.

Por un momento deja de leer este texto y céntrate en tu cuello. ¿Está rígido? Mira en el espejo si tu cabeza está hacia atrás; si tus hombros están yendo hacia las orejas, si la tripa tiene tono o está flácida. Mirándote al espejo recrea lo que harías si algo te asustase súbitamente. ¿Lo ves? Ese es el patrón físico del miedo.

La manifestación física del miedo es “visible” con las manos. Cuando trabajo con un alumno me interesa cambiar las condiciones físicas que favorecen el miedo. Cuando las condiciones cambian, sentamos las bases para que nuestras reacciones a los estímulos que se nos van presentando no sean “reflejos de miedo indebidamente excitados”.

Muscularmente, tiene que ver con el tono muscular adecuado del “todo”. ¿Debe haber un comienzo, no? Pues sí. Todo empieza en el cuello. Si el cuello no tiene el tono adecuado, la cabeza no puede estar sobre él con libertad y eficacia. El “andamio muscular” parte de la zona cuello-cabeza y cuando hay desorden, TODOS los músculos del cuerpo, que son como cuerdas, se ven afectados. Unos estarán demasiado tensos; otros, flácidos. Esto interfiere con el equilibrio y, seamos conscientes o no, lo percibimos y nos tensamos para no caernos.

Así que, en las clases, miramos en qué estado está la musculatura del cuello-cabeza. Trabajamos la cuestión del equilibrio. Buscamos los hábitos que interfieren con la musculatura, precarizan el equilibrio y favorecen las reacciones de miedo irracional.

Una última reflexión: mira a tu alrededor. Observa a tus familiares, compañeros de trabajo, amigos en una reunión. ¿Cómo están sus cabezas y sus cuellos? ¿Puedes ver un patrón? ¿Sus cabezas están con soporte firme sobre sus cuellos? O, por el contrario, ¿están desmoronadas sobre el cuello y éste está hacia delante? Observa a los niños que tienes alrededor y hazte las mismas preguntas. ¿Ves la diferencia?

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