TÉCNICA ALEXANDER MADRID con Marta Barón
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El cambio empieza...cuando tú quieras

16/1/2020

 
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Desde que me dedico a enseñar la Técnica Alexander siempre me han preguntado qué es, para qué sirve y "si me puede ayudar". Me gusta mucho descubrir qué necesitan los futuros alumnos y como puedo ayudarles a mejorar su vida.

La mejor forma de ver si la Técnica Alexander podrá ayudarte, la que ofrece mayor claridad, es tener la experiencia concreta. En un par de clases, sabrás si el trabajo te interesa, lo vas a posponer o, quizá, a descartar. Las clases individuales son la mejor manera de conocer el trabajo; son una gran ayuda para incorporarlo a tu vida y que se convierta en una herramienta eficaz en el día a día. Si das clases, te irás familiarizando poco a poco con tu propio cuerpo, descubriendo algunos de tus hábitos y encontrando mejores reacciones a los estímulos, más respetuosas con tus necesidades.

En unas pocas clases se empiezan a notar los efectos. Esto te animará a seguir adelante. Y muy pronto, empezarás a hacerte preguntas relevantes que te llevarán a las respuestas que llevas tiempo buscando. Es entonces cuando podemos empezar a "tirar del hilo" y resolver cuestiones que parecían no tener solución, mejorando así el nivel de bienestar. Llegarás a tener control flexible y una mayor capacidad de adaptación a las exigencias de la vida diaria.

En las clases nos ocupamos de los hábitos. Muchos de mis alumnos vienen porque su fisioterapeuta ha visto que su trabajo está siendo "dinamitado" por los malos hábitos: aun habiendo funcionado el tratamiento, si el paciente sigue repitiendo los mismos patrones, el problema tiende a perpetuarse. Les recomiendan nuestro trabajo reeducativo para que aprendan a lidiar con sus hábitos. A menudo, el propio paciente ve que está en un círculo vicioso (dolor-fisioterapia-bienestar temporal-dolor) y busca la forma de romperlo.

Pero hay mucha gente que ni siquiera se va a decidir a dar esas dos clases de prueba. Por eso he diseñado una serie de talleres prácticos en los que exploraremos cuestiones cotidanas. ¿Te interesa como funciona tu cuerpo? Puede que sí o que pienses "no solía interesarme pero ahora que....sí que me gustaría resolver lo que me pasa". Entonces, estos talleres son para tí.

Si ya has dado clases y llevas un tiempo trabajando y profundizando en tu uso, los talleres también te interesarán ya que has seguido avanzando con las herramientas que aprendiste en tus clases. Pero ahora tienes nuevas preguntas sobre los mismos temas u otras actividades que han llamado tu atención.

Cada día haremos dos talleres con temas distintos. Uno será de introducción a la Técnica Alexander y el otro estará dedicado a un tema en concreto de la vida cotidiana. Espero que alguno de los talleres que proponemos responda a tus necesidades actuales. Se puede hacer un taller o los dos. Y si haces los dos, tendrás un descuento.

Los próximos talleres tendrán lugar:

15 de febrero de 2020
25 de abril de 2020


Puedes informate en mi web del programa de cada día y apuntarte a todo lo que te interese. Además, si te interesa recibir noticias, novedades y explicaciones sobre la Técnica Alexander, puedes apuntarte a mi boletín mensual.

Programa talleres Sábado 15 de febrero

10.30-12 Introducción a la Técnica Alexander, impartido por Lourdes G. de Vera
12.30-14
Mejora tu postura frente al ordenador, impartido por Marta Barón Holczer

¿Hay forma de trabajar delante de un ordenador sin que esto interfiera con la salud? Tráete tu portátil y aprende algunas herramientas para trabajar sin hacerte daño en brazos, hombros, cuello o espalda. Si después de la jornada te duele la espalda o la cabeza, sospechas que tiene que ver con el ordenador y te preguntas si podría ser de otra forma, la respuesta es "sí". Aprende conmigo a transformar una situación de desorden corporal en una oportunidad para mejorar. Aprenderás como funcionas, por qué pasan algunas cosas y como evitarlas. 

Precio de un taller: 20 €
Precio de los dos talleres: 30 €

APÚNTATE AQUÍ


La salud del tono muscular

17/10/2019

 
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A la Técnica Alexander llegan muchas personas con problemas variados que revelan que su tono muscular no está funcionando de manera óptima. Los dos elementos que determinan como evoluciona el tono muscular son las etapas de la vida y las actividades que hacemos. 
 
En lo que se refiere a las etapas, si observas a los bebés, verás que su tono muscular es muy bajo, está adaptado a sus capacidades y demandas. Sin embargo, son capaces de dormir en posiciones imposibles y son muy flexibles, se mantienen  alejados de la rigidez. Para cuando pueden empezar a ponerse de pie, su cuerpo ha hecho mucho trabajo de construcción, coordinación y soporte. Es entonces cuando uno puede comprobar que son “musculosos”.
 
A los seis años el tono muscular de un niño o una niña es muy alto: las piernas, los brazos, la tripa o las nalgas están fuertes; sus músculos son como cuerdas tirantes que mantienen un puente que no cede ni un milímetro de su longitud. Sus ocupaciones son sencillas: correr, saltar, jugar, aprender. A medida que van aumentando de tamaño y peso, la cosa se va complicando.
 
Entre los seis u ocho años y los dieciséis la situación se transforma en profundidad. En la adolescencia tienen que lidiar con un cuerpo que se les desborda por todas partes. En este punto ya tienen sus hábitos bien colocados. Han aprendido a “estar cómod@s”; su tono muscular mantiene una cierta salud, pero los malos hábitos ya llevan tiempo  asediando “el castillo” del buen funcionamiento. Y, lo peor, esto sucede desde el ámbito del inconsciente, no tienen ni idea de lo que está pasando, sólo saben que mantenerse erguid@s en clase o en casa les cuesta un mundo. Al principio es una cuestión menor que no da síntomas, suelen llegar más tarde.
 
Es conveniente observar cuanto tiempo pasan sobre una silla. Estar sentad@s haciendo cosas divertidas o aburridas genera que la musculatura tenga unas necesidades para las que no está diseñada. Es entonces cuando aparece la palabra “postura” y la idea de buena o mala. No hay forma de estar tiempo sentad@s sin que la musculatura que se ocupa de esta actividad se “canse”. Entonces, se relaja demasiado y tiende a desactivarse gradualmente. Pero ¡sigue siendo necesaria! Aparece lo que yo llamo “la banana”: esa forma que puede adoptar la espalda cuando se recuesta sobre el respaldo de la silla, desmoronándose.  
 
En la etapa adulta, cuando las exigencias de la vida se multiplican en frentes muy variados, llegamos a considerar, por fin, la cuestión del tono muscular. Por unas razones u otras, llegamos a la conclusión de que nos falta fuerza: en la espalda, en los abdominales, en las piernas. Se conecta la necesidad de mayor salud con un tono muscular más elevado. Aquí es donde toman relevancia nuestras actividades.
 
Nos planteamos hacer deporte: ir al gimnasio, bailar, correr, nadar, etc. Se empieza a construir ese tono muscular que sirve al propósito de la actividad que cada uno elija. Más brazos, más abdominales, más piernas. Pero esto ¿afecta positivamente a las necesidades básicas de cada ser humano? Andar, sostenerse, estar de pie, moverse. Sí, un@ se siente más fuerte, pero ¿se sostiene mejor? ¿El movimiento es fluido, libre y conectado? ¿Tiene más o menos rigidez al final del día, o después de dormir?
 
A menudo observo a la gente correr. A muchos se les ve fuertes, musculosos y corriendo a una velocidad que demuestra que su tono muscular es elevado. Pero también hay un desequilibrio manifiesto: los brazos y piernas fallan en su coordinación, falta libertad; la cabeza cuelga o está rígida sobre los hombros; a veces va hacia atrás, lo cual demanda un esfuerzo constante (inconsciente) para no caerse; la dirección general tiende hacia abajo. También veo gente con brazos de gimnasio sentados en sus sillas, “bananeando”. Su tono muscular es elevado; pero les cuesta sostenerse, prefieren estar sentados a estar de pie. El tono muscular que se construye a base de repeticiones, trabajando grupos musculares o buscando un objetivo concreto, no hace honor al funcionamiento óptimo del cuerpo, cuya naturaleza es operar como un todo.
 
Para cubrir la necesidad de sostenernos, el tono muscular requerido es elevado. Es decir, que si nos mantenemos erguidos mientras estamos de pie o sentados haciendo actividades, eso ya nos ayuda a construirnos. Pero recuerda que no hace falta hacer ningún esfuerzo, si tienes que hacerlo es que hay algunas cosas que ya están desorganizadas. Observa como l@s niñ@s hacen esto con extrema facilidad. Sin embargo, la afirmación opuesta no tiene por qué ser cierta: un tono muscular elevado no significa que seamos capaces de mantener nuestro soporte en buenas condiciones de funcionamiento.
 
Tomemos un ejemplo típico: centrarnos en fortalecer la musculatura abdominal. Esto ofrece un resultado parcial; sí, los abdominales son más fuertes. Pero no beneficia al mantenimiento del todo sino que produce un desequilibrio. Algunos músculos están demasiado fuertes, les sobra tono muscular. Y además tirarán en exceso de otros que, para compensar, no podrán hacer su trabajo.
 
Observa que acciones requieren tus obligaciones (estar de pie, hablar, estar sentados, etc.) y las actividades que eliges cuando terminas. Se nos da bien lo que “practicamos”. Muscularmente significa que si repetimos muchas veces una acción, el tono muscular se adapta a esa necesidad que le marcamos y se configura para satisfacerla en “cualquier” momento.
 
Ahora mismo hay una clara tendencia a hacer actividades que implican estar sentados: el colegio, las pantallas, el trabajo y el ocio. El tono muscular que hace falta para estar sentado se reduce a ser capaces de sostenerse. Si te desmoronas sobre el respaldo de la silla, el tono muscular se está desordenando, algunos músculos hacen demasiado trabajo (en general, las piernas) mientras otros están siendo suplantados y llegan a ser incapaces de hacer su tarea natural (la espalda).  
 
Aparte de la habilidad innata de sostenerse, el ser humano también puede hacer muchas otras cosas: correr una maratón, tocar un piano, hablar, hablar varios idiomas, leer, conducir, etc. Pero para ello tenemos que pasar por un proceso de aprendizaje  que va a transformar el tono muscular. Este se adaptará para cumplir con la exigencia que se le presenta.
 
La salud de esta transformación dependerá nuestro uso habitual. Es decir, de los hábitos que hemos desarrollado desde la infancia y que parecen formar parte de nosotros. El hecho es que estos hábitos se pueden cambiar. La Técnica Alexander nos enseña precisamente esto: a reconocer, identificar y transformar nuestros hábitos para mejorar nuestro funcionamiento, también el de la musculatura. Cuando la gente da clases, tiene la oportunidad de reconocer poco a poco los hábitos que están interfiriendo con la musculatura. Cuando los hábitos se debilitan, la musculatura tiene la oportunidad de hacer mejor su trabajo: músculos que estaban tensos sin necesidad, se van soltando mientras que otros que no hacían su trabajo, empiezan a hacerlo. Esto tiene un efecto en el tono muscular de la totalidad, ajustándolo para hacer su labor gastando menos energía al tiempo que es más eficaz.
 
 
 

Conectar....se escribe con S (y II)

25/6/2019

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El mes pasado presenté la primera parte de esta entrada, en la que exploraba la utilidad de tener nuestros sentidos, así como la propiocepción, activos. Nos aportan información de diferente tipo que nos ayuda a movernos por el mundo.
 
En esta segunda parte me ocupo de la contribución de los pensamientos, las emociones, la experiencia vivida; todos ellos son en cierto sentido también sensaciones. Sin duda, las provocan. Es en este ámbito donde la conexión con un@ mism@ y con los elementos que aunque tienen nombres diferenciadores y separadores son lo mismo, los resultados pueden ser más liberadores: la conexión cuerpo/mente.
 
Una situación que se repite pero con el extra de conexión con el cuerpo nos da la oportunidad de reaccionar de otra forma y nos protege de las posibles consecuencias. Esta herramienta (sentir) nos permitirá considerar las sensaciones que nos provocó aquel escenario; la información que recibiremos de nuestros sentidos, nos permitirá tomar una decisión que construya en vez de lo contrario. La Técnica Alexander nos enseña a usar nuestra capacidad de razonar en base a la experiencia y en conexión constante con nuestro cuerpo y sus capacidades actuales. La mente se convierte en el observador de lo que pasa “allí abajo”; se da una situación de retroalimentación en la que las capacidades de la mente ayudan a lidiar con lo que se siente en el cuerpo; y al mismo tiempo, la capacidad de sentirnos, nos mantiene anclados a nosotr@s mism@s. Estamos más presentes, se agudiza la atención, y nos podemos dar un poco más de tiempo para reaccionar a lo que está pasando.
 
Piensa en alguna situación que suele repetirse y que te cuesta afrontar de forma que no te hagas daño. Quizás la reunión anual de vecinos, o un atasco. Algo que puede sacarte de quicio fácilmente. Recuerda qué pasa en tu cuerpo cuando estás ahí. Y la próxima vez que te pase, vuelve al cuerpo con la intención (mental) de no reaccionar a la provocación del vecino del tercero, o al impulso de cambiarte todo el tiempo de carril. Observa si hay algún cambio.
 
Si hay conexión entre el cuerpo y la mente también se facilita la posibilidad de reconocer las emociones que se van generando a medida que llegan los estímulos del día. Esto nos permitirá intervenir de forma consciente y constructiva en la reacción que dejamos “salir” ante ese estímulo. En los niños por ejemplo hay una sutileza enorme a la hora de relacionarse con las reacciones que les habitan. Si están enfadados lo muestran con muecas, gritos o pegando una patada a una puerta; si están tristes, lloran. O si tienen miedo, se esconden, buscan protección o incluso lloran. Hay una conexión directa entre emoción y reacción. Lo saben y lo hacen saber.
 
A veces parece que, en los adultos, todo se podría resumir con “bien” o “mal”. Estas dos formas de definirnos, tan habituales, son grises, no dan matices. Si nos sentimos “mal” ¿sería posible matizar un poco si lo que nos ocupa es ira, dolor, miedo, etc.? Estas emociones (y otras) son naturales en el ser humano: generan  sensaciones y ayudan a la supervivencia. Tienen, además, una manifestación física que puede pasar desapercibida si nos cuesta sentir(nos). Si no logramos discernir lo que nos pasa, la reacción a esas emociones es bastante descontrolada, es el inconsciente el que actúa en clave de salirse con la suya, sobrevivir, o el mal menor. No está fundamentado en la construcción y no proporciona un aprendizaje consciente. Estamos desconectados.
 
Hagamos un juego: elige una situación reciente en la que te sentiste “mal”. O “bien”. ¿Podrías matizar qué había pasado, qué era lo que querías, si lo que ocurrió tenía que ver contigo o con algo externo? ¿Tenías esa sensación en algún lugar del cuerpo? Es más, ¿sentías el cuerpo? ¿Como fue que lograste salir del estado de ánimo? ¿Tuvo consecuencias, te hiciste daño a ti o a otros sin “darte cuenta”?
 
La Técnica Alexander nos pone en una situación de conexión que nos permite contestar todas estas preguntas. Nos da herramientas para responder de forma constructiva a situaciones que no son fáciles. Cuando pasa algo, no “desaparecemos”, lo cual daría lugar a una reacción descontrolada. Al contrario, la atención proporciona  información variada y sutil que nos ayudará a cubrir necesidades sin hacernos daño.
 
Conexión también es tomar conciencia de hábitos mentales que nos llevan en una dirección que no hemos elegido. Y esto cambia el curso de las cosas. Pero para esto, ha de estar despierta la capacidad de sentir. Preocuparse, deprimirse, enfadarse, estar “bien”, ser olvidadizo, etc., pueden ser hábitos de respuesta a la vida. Lo interesante es llegar a ver que es así, no es fácil. Pero si uno llega a verlo, la vida mejora mucho, porque ya no estamos en el “no lo puedo evitar” sino en una respuesta mucho más controlada y constructiva.
 
El hábito de preocuparse, por ejemplo. Para el que tiene ese hábito, le parece que cada vez que se preocupa hay una razón genuina detrás de esa reacción. Pero si llega a darse cuenta de que se preocupa “por todo” es posible que consiga ver que es una respuesta habitual que se ha hecho fuerte en el sistema y salta automáticamente. Esto se puede cambiar. A beneficio de la vida.
 
A veces pregunto a mis alumnos si siempre andan o conducen por el mismo camino para ir  y volver al trabajo; si usan el mismo tipo de ropa todo el tiempo; si comen lo mismo cada día en el desayuno, por ejemplo. Y, sobre todo, qué reacción tienen si se les impone (desde dentro o desde fuera) un cambio. ¿Se enfadan? ¿Empiezan el día con “el pie cambiado”? ¿Se sienten inseguros, incluso en peligro? Te invito a que lo observes en tu vida cotidiana.
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