El acto de pensar depende de un órgano “automático”: el cerebro. Es por ello que los pensamientos ocurren de forma espontánea e involuntaria; si no le prestamos atención a este aspecto, será dificil que lleguen a ser conscientes y mucho menos constructivos.
Mi impresión es que, en vez de tener conciencia de qué es lo que estamos pensando, son los pensamientos los que nos “hacen”. Tienden a ser repetitivos y tenemos poco control sobre ellos. Pocas veces implementamos el pensamiento consciente. Este, es posible en el ser humano. De hecho, todos lo ponemos en juego para tomar decisiones sobre cuestiones estratégicas de la vida. Lo cierto es que se puede convertir en una herramienta para mejorar la vida, resolver situaciones y disfrutar de nosotros mismos.
En la Técnica Alexander usamos un tipo de pensamiento que llamamos consciente y constructivo. Por un lado nos enseña una serie de órdenes que tienen que ver única y exclusivamente con nuestros cuerpos, el movimiento y la forma en que reaccionamos a los estímulos que se nos van presentando en el día a día. Por otro lado, a medida que los vamos trabajando, van tomando entidad en el sistema psicofísico que somos, de forma que se acaban convirtiendo en verdaderas herramientas para el buen vivir.
Al principio del proceso de aprendizaje que es la Técnica Alexander, se hace hincapié en la capacidad de sentir que tiene el alumno. Si esta cualidad intrínseca no está “despierta”, los pensamientos que pueda aprender un alumno no serán de gran utilidad. Será un mero aprendizaje intelectual sin vínculo con la experiencia vital. Necesitamos que el canal entre el sentir y el uso de los pensamientos esté abierto y activado. Solo de esta forma, la conexión entre el cerebro y los músculos, será de la mejor calidad y podrá dar buenos resultados.
En la Técnica Alexander usamos una serie de pensamientos “probados” a lo largo de muchas generaciones de profesores. Los llamamos órdenes o direcciones. Estas órdenes se van enseñando a los alumnos a medida que tienen la experiencia suficiente para empezar a implementarlas en sus vidas y contextos. Ayudan con el funcionamiento del cuerpo y también a reaccionar adecuadamente a los estímulos que les van llegando en su vida.
Soy consciente de que todo lo que he escrito solo tendrá un poco de sentido para aquellos que ya han dado clases. Por eso, a los que estáis interesados en el trabajo pero no habéis dado el paso de buscar un profesor, os quiero recordar que este verano tenemos dos ofertas estupendas para empezar con el trabajo. Si aún así no vais a aprovecharlas, os propongo un juego que podéis hacer este verano. Ahí va:
Mientras estés tumbado en la playa, esperando en una cola, delante de tu ordenador o conduciendo. Observa tus pensamientos. Toma conciencia de lo que está atravesando tu mente. ¿Te habías dado cuenta? Toma un tema que te concierne y decide encontrarle una solución consciente y constructiva. Haz esto varias veces en un día y observa si puedes mantenerte en el tipo de pensamiento que has elegido.
Después empieza a conectar. Escoge un hábito corporal que te gustaría cambiar (por ejemplo, subir los hombros, tensar el entrecejo o apretar los labios). Toma la decisión de dejar de hacer eso y mira a ver si tiene algún sentido. Sin prisa, pero sin ceder al desánimo juega este juego durante dos o tres días y observa los resultados.
Recuerda, queremos conectar el cuerpo con los pensamientos. Porque podemos hacerlo y esto ayuda a vivir mejor.