Haciendo esto se embarcó en un fascinante proceso de estudio de sí mismo en el que era a la vez el objeto a estudiar y el sujeto que lo estudiaba. Aprendió a observar sus reacciones a los estímulos de la vida cotidiana, sus deseos; aprendió a discernir entre fines y medios y a decidir cuando unos u otros debían prevalecer. Aprendió a usar su pensamiento de manera dirigida y consistente, utilizando la conciencia y la intención para cambiar cosas en su cuerpo; dio con la actividad opuesta a la excitación que hace que reaccionemos automáticamente a un estímulo: la inhibición.
Esta cualidad del uso es la piedra angular que da sentido a su Técnica. No se trata tanto de que aprendas a hacer bien las cosas como que dejes de hacer lo que interfiere con los mecanismos naturales. En la inhibición de Alexander, tu sistema nervioso está implicado en la actividad, no te abandonas sino que tomas una decisión diferente que te ayuda a no hacer lo que no es necesario y que tu sistema puede empezar de cero evitando los usos nocivos e ineficaces.
Una vez resueltos sus problemas, gente de diversos ámbitos con dolencias varias empezaron a pedirle que les enseñara lo que él había aprendido. Alexander se quedó muy sorprendido cuando constató que problemas aparentemente muy diferentes se podían resolver apelando a lo que él había descubierto en sí mismo. Parecía haber un denominador común en los problemas que tenía la gente que buscaba su ayuda. Este denominador es sin duda la forma en que el uso afecta al funcionamiento. Si te usas respetando el diseño es muy probable que el sistema funcione bien; en caso contrario, el problema no llega de inmediato, pero cuando llega y empiezas a buscar una solución, verás que hay una conexión entre uso y funcionamiento. Lo complicado, encontrar una técnica que los conecte, es el mérito de Alexander.
Un vehículo: el cuerpo
Su Técnica parte del cuerpo; éste es el vehículo que puedes usar para ir cambiando lo que te hace falta para funcionar mejor: usas la capacidad de sentir, de observarte, de decidir qué quieres en un determinado momento. Pero esto no quiere decir que haya una separación entre cuerpo y mente. De hecho, Alexander se dio cuenta rápidamente de que la mente está integrada en el cuerpo y comprendió que la disociación no tiene sentido a la hora de estudiar la actividad humana. Decía que el ser humano es un ser “psicofísico” en el que lo mental y lo físico no se pueden separar.
Cada cosa que haces tiene diferentes manifestaciones, todas ellas necesarias para hacerla viable. Si eliges, por ejemplo, un acto como el de estudiar, es fácil creer que es una actividad puramente mental pero, pensándolo mejor, podrás ver que si te duele la espalda o la cabeza o estás enamorado o acabas de tener una discusión desagradable, eso afecta a tu capacidad de estudio.
Para conseguir una máxima eficacia, hay que considerar cómo estás cuando te pones a estudiar, cómo te planteas la actividad desde el cuerpo. Observa como estás en la silla, dónde está el ordenador o el libro en relación a los ojos, si los pies están en el suelo o cruzas habitualmente una pierna sobre la otra, si esta pierna es siempre la misma o cambia. Puedes observar también si usas el respaldo de la silla para suplantar a la espalda, o es un apoyo que te ayuda a cubrir la demanda que se te presenta. Observar qué haces con los labios, la mandíbula, la lengua, el entrecejo, la cara es una fuente inagotable de tensiones residuales innecesarias.
El aprendizaje, un proceso de construcción
En esta Técnica hay varias partes que se unen para buscar un resultado. Por un lado está el factor humano, tú y la persona que te enseña, dos seres cambiantes que se tienen que adaptar cada día a las circunstancias vitales que se van encontrando; por otro está la Técnica en sí. Tú eres el protagonista de la clase. Esto significa que decides si quieres ir a las clases y como aprovecharlas. No hay manera de enseñarte a tu pesar, la colaboración es necesaria y en cada clase el trabajo en equipo es el que hace posible avanzar. Tu voluntad de asistir a clases es lo que convierte el aprendizaje de esta técnica en un proceso fascinante y único.
Si recuerdas tu época de estudiante, ya sabes que estudiar no es una tarea fácil. Requiere tiempo, disciplina, sistemática, inteligencia, paciencia y muchas cualidades que vas desarrollando. Las vas desarrollando porque aunque muchas de ellas son innatas, tienes que construirlas e implementarlas cada vez. Como estudiante, recordarás que durante muchos años no sabías cuál era tu potencial, ni cómo aprovecharlo. El propio proceso de aprender tuviste que aprenderlo. Una vez hecho esto, cada cosa que aprendes tiene unas características propias a considerar; entre ellas, tus cualidades, preferencias y contexto. Aprender una misma actividad puede ser totalmente diferente en un momento u otro de tu vida y, si no haces una labor reflexiva de las necesidades y circunstancias que tienes en ese momento, es fácil que el aprendizaje se complique; el objetivo entonces se vuelve tan importante que es fácil pasar por alto los medios para conseguirlo, incrementándose así el desorden interno en una manifestación u otra.
La cuestión fundamental es el aprendizaje en sí mismo. Cuando aprendes pasas de “no saber” a “saber”. Algo que no estaba en tu experiencia vital o en tu intelecto pasa a formar parte de tu ser, se convierte en algo que te “pertenece” y que puedes usar en función de tus necesidades.
Para adquirir conocimiento, ya sea intelectual o experiencial, tienes que pasar por un camino por el que nunca has pasado y que te puede resultar muy extraño e incluso asustarte. Tener una actitud constructiva y consistente cuando aprendes algo es lo que necesitas; esto implica que equivocarte es una parte fundamental del aprendizaje. La fantasía que impera es que el aprendizaje será fácil y fluido, que el conocimiento fluirá de forma espontánea y como por arte de magia; que entenderás los conceptos de inmediato y sin reflexión ni práctica alguna. Cualquiera que haya aprendido algo a lo largo de la vida sabe por experiencia que esto no es cierto en absoluto.
Da igual lo que estés aprendiendo: una actividad intelectual o una aptitud física en la que la coordinación y la habilidad personal entran en juego. Es aconsejable hacer un estudio de la actividad y de las circunstancias que te rodean, así como de tus aptitudes personales y deseos. Antes de “ponerte a ello” , empieza por “parar”. Date un momento. Esta actitud básica hace que estés cerca de ti y puedas verte de otra forma, bajo otra luz: podrás vislumbrar si de verdad quieres aprender esta nueva actividad o quizás tus razones para conformarte a ella, en caso de que no sea una elección totalmente libre. Podrás sopesar lo que está a tu favor y lo que te perjudica y también cómo puedes restringir tus limitaciones, al tiempo que potencias tus cualidades. Cuando te planteas así un nuevo aprendizaje, la actitud es básicamente constructiva; no imperan los objetivos sino los medios que te das para conseguir lo que te has propuesto aprender. Seguro que puedes recordar muchas experiencias de este tipo; recuerda las sensaciones y chequea si eran de miedo, ansiedad, preocupación, inseguridad.
El miedo: un motor, un obstáculo
La cuestión del miedo merece una mención especial ya que aunque es una emoción que forma parte de tu esencia, una emoción que actuará para salvarte la vida en ciertas circunstancias, puede generar bloqueos si aparece cuando no es necesario. Más aún, puede llegar a instalarse de tal forma dentro de ti que ya no es que tengas un miedo puntual sino que enfrentas las diferentes situaciones de tu vida con el miedo como lecho sobre el que el resto de tus reacciones se inician.
En estas circunstancias hay poca libertad de elección y es muy difícil que tengas una actitud constructiva a la hora de aprender algo nuevo. Cuando ocurre esto, el proceso se complica ya que por un lado deseas una cosa y por el otro la dificultas. Objetivos y medios se confunden, no ves la forma en que puedes conseguir lo que “debes” conseguir y al mismo tiempo tampoco ves el camino para negarte y así cambiar de opción personal. Para conseguir el objetivo sin hacerte daño es preciso considerar la situación de forma objetiva e individual, preguntarte qué quieres y cuáles son tus condiciones, así como los usos nocivos que haces de tus mecanismos.
La Técnica Alexander es una herramienta muy útil que te ayuda a manejar el miedo que te bloquea cuando estás aprendiendo algo. Te acerca a ti y te ayuda a decidir sobre tus objetivos. Es un trabajo sobre tu persona, usando como base tu cuerpo, movimientos sencillos y la coordinación.
Si sólo te interesa conseguir el objetivo que te has propuesto, la manifestación física del miedo u otras emociones humanas puede pasar desapercibida. Cuando te encuentras con alguna dificultad en el proceso de un aprendizaje suele haber un bloqueo, un alejamiento del objetivo sin que haya acercamiento a ti mismo. Esto te impide desarrollar una actitud favorable a aprender en ese momento. Construyes todo, tanto tus cualidades como tus limitaciones; y tu cuerpo es el depositario de esta construcción. En un momento dado es el que te avisa de que algo va mal y que tienes que prestar atención a lo que estás haciendo con tu persona.
¿Qué puedes hacer por tí?
La Técnica Alexander te ayuda a sentir el cuerpo, de forma que puedes identificar los hábitos que te están impidiendo aprender. Esto requiere tiempo y la voluntad de acercarte a ti mismo. Una vez identificados tus hábitos propone un método concreto y sistemático para impedir que el hábito aparezca una sola vez.
De esta forma comienzas una relación con tu propia persona que a menudo resulta sorprendente; consiguirás entender algunas de tus dificultades y también tus motivaciones cuando emprendes una nueva actividad. Es un proceso nuevo y fascinante en el que constatarás la relación intrínseca entre tu cuerpo y tu mente en todas sus manifestaciones.
Al final, este proceso tiene mucho que ver con los deseos que tengas. Cuando pregunto a la gente qué quiere suele responder “estar bien”, “que mi familia esté bien” “ser feliz”, etc. Por supuesto. Pero estos deseos son demasiado amplios y complejos y apenas dependen de ti. La pregunta que hago es “¿qué quiero para mí ahora?” Ahora, en este momento. Para mí, de mí, de mis piernas, de mi espalda, de mis labios o mi garganta.
Este trabajo propone respuestas a estas preguntas, unas respuestas que conjugan tus deseos con tu diseño. En todo el proceso vas aprendiendo y experimentando el poder que tienes sobre tu propia vida. Más allá de los “tengo que” existe la posibilidad de aclarar cuales son tus deseos. Esto no lo puedes conseguir rápida ni superficialmente pero sí que es una de las posibilidades que tienes como ser humano, te pertenece y tienes pleno derecho a ella, independientemente de lo que los demás o la sociedad espere de cada ti.
Esta actitud no ignora la necesidad de respetar las reglas sociales; muy al contrario. Simplemente pone a tu disposición una apertura mental que te dará acceso a un amplio abanico de opciones a la hora de reaccionar a un estímulo. Te va a ayudar, además, a disfrutar más de la vida, ya que el proceso de la vida es un camino constante de aprendizaje y cambio; si puedes hacerlo disfrutando del aprendizaje la sensación será muy diferente. A esto te ayuda el trabajo de Técnica Alexander.
©Marta Barón