A la Técnica Alexander llegan muchas personas con problemas variados que revelan que su tono muscular no está funcionando de manera óptima. Los dos elementos que determinan como evoluciona el tono muscular son las etapas de la vida y las actividades que hacemos.
En lo que se refiere a las etapas, si observas a los bebés, verás que su tono muscular es muy bajo, está adaptado a sus capacidades y demandas. Sin embargo, son capaces de dormir en posiciones imposibles y son muy flexibles, se mantienen alejados de la rigidez. Para cuando pueden empezar a ponerse de pie, su cuerpo ha hecho mucho trabajo de construcción, coordinación y soporte. Es entonces cuando uno puede comprobar que son “musculosos”.
A los seis años el tono muscular de un niño o una niña es muy alto: las piernas, los brazos, la tripa o las nalgas están fuertes; sus músculos son como cuerdas tirantes que mantienen un puente que no cede ni un milímetro de su longitud. Sus ocupaciones son sencillas: correr, saltar, jugar, aprender. A medida que van aumentando de tamaño y peso, la cosa se va complicando.
Entre los seis u ocho años y los dieciséis la situación se transforma en profundidad. En la adolescencia tienen que lidiar con un cuerpo que se les desborda por todas partes. En este punto ya tienen sus hábitos bien colocados. Han aprendido a “estar cómod@s”; su tono muscular mantiene una cierta salud, pero los malos hábitos ya llevan tiempo asediando “el castillo” del buen funcionamiento. Y, lo peor, esto sucede desde el ámbito del inconsciente, no tienen ni idea de lo que está pasando, sólo saben que mantenerse erguid@s en clase o en casa les cuesta un mundo. Al principio es una cuestión menor que no da síntomas, suelen llegar más tarde.
Es conveniente observar cuanto tiempo pasan sobre una silla. Estar sentad@s haciendo cosas divertidas o aburridas genera que la musculatura tenga unas necesidades para las que no está diseñada. Es entonces cuando aparece la palabra “postura” y la idea de buena o mala. No hay forma de estar tiempo sentad@s sin que la musculatura que se ocupa de esta actividad se “canse”. Entonces, se relaja demasiado y tiende a desactivarse gradualmente. Pero ¡sigue siendo necesaria! Aparece lo que yo llamo “la banana”: esa forma que puede adoptar la espalda cuando se recuesta sobre el respaldo de la silla, desmoronándose.
En la etapa adulta, cuando las exigencias de la vida se multiplican en frentes muy variados, llegamos a considerar, por fin, la cuestión del tono muscular. Por unas razones u otras, llegamos a la conclusión de que nos falta fuerza: en la espalda, en los abdominales, en las piernas. Se conecta la necesidad de mayor salud con un tono muscular más elevado. Aquí es donde toman relevancia nuestras actividades.
Nos planteamos hacer deporte: ir al gimnasio, bailar, correr, nadar, etc. Se empieza a construir ese tono muscular que sirve al propósito de la actividad que cada uno elija. Más brazos, más abdominales, más piernas. Pero esto ¿afecta positivamente a las necesidades básicas de cada ser humano? Andar, sostenerse, estar de pie, moverse. Sí, un@ se siente más fuerte, pero ¿se sostiene mejor? ¿El movimiento es fluido, libre y conectado? ¿Tiene más o menos rigidez al final del día, o después de dormir?
A menudo observo a la gente correr. A muchos se les ve fuertes, musculosos y corriendo a una velocidad que demuestra que su tono muscular es elevado. Pero también hay un desequilibrio manifiesto: los brazos y piernas fallan en su coordinación, falta libertad; la cabeza cuelga o está rígida sobre los hombros; a veces va hacia atrás, lo cual demanda un esfuerzo constante (inconsciente) para no caerse; la dirección general tiende hacia abajo. También veo gente con brazos de gimnasio sentados en sus sillas, “bananeando”. Su tono muscular es elevado; pero les cuesta sostenerse, prefieren estar sentados a estar de pie. El tono muscular que se construye a base de repeticiones, trabajando grupos musculares o buscando un objetivo concreto, no hace honor al funcionamiento óptimo del cuerpo, cuya naturaleza es operar como un todo.
Para cubrir la necesidad de sostenernos, el tono muscular requerido es elevado. Es decir, que si nos mantenemos erguidos mientras estamos de pie o sentados haciendo actividades, eso ya nos ayuda a construirnos. Pero recuerda que no hace falta hacer ningún esfuerzo, si tienes que hacerlo es que hay algunas cosas que ya están desorganizadas. Observa como l@s niñ@s hacen esto con extrema facilidad. Sin embargo, la afirmación opuesta no tiene por qué ser cierta: un tono muscular elevado no significa que seamos capaces de mantener nuestro soporte en buenas condiciones de funcionamiento.
Tomemos un ejemplo típico: centrarnos en fortalecer la musculatura abdominal. Esto ofrece un resultado parcial; sí, los abdominales son más fuertes. Pero no beneficia al mantenimiento del todo sino que produce un desequilibrio. Algunos músculos están demasiado fuertes, les sobra tono muscular. Y además tirarán en exceso de otros que, para compensar, no podrán hacer su trabajo.
Observa que acciones requieren tus obligaciones (estar de pie, hablar, estar sentados, etc.) y las actividades que eliges cuando terminas. Se nos da bien lo que “practicamos”. Muscularmente significa que si repetimos muchas veces una acción, el tono muscular se adapta a esa necesidad que le marcamos y se configura para satisfacerla en “cualquier” momento.
Ahora mismo hay una clara tendencia a hacer actividades que implican estar sentados: el colegio, las pantallas, el trabajo y el ocio. El tono muscular que hace falta para estar sentado se reduce a ser capaces de sostenerse. Si te desmoronas sobre el respaldo de la silla, el tono muscular se está desordenando, algunos músculos hacen demasiado trabajo (en general, las piernas) mientras otros están siendo suplantados y llegan a ser incapaces de hacer su tarea natural (la espalda).
Aparte de la habilidad innata de sostenerse, el ser humano también puede hacer muchas otras cosas: correr una maratón, tocar un piano, hablar, hablar varios idiomas, leer, conducir, etc. Pero para ello tenemos que pasar por un proceso de aprendizaje que va a transformar el tono muscular. Este se adaptará para cumplir con la exigencia que se le presenta.
La salud de esta transformación dependerá nuestro uso habitual. Es decir, de los hábitos que hemos desarrollado desde la infancia y que parecen formar parte de nosotros. El hecho es que estos hábitos se pueden cambiar. La Técnica Alexander nos enseña precisamente esto: a reconocer, identificar y transformar nuestros hábitos para mejorar nuestro funcionamiento, también el de la musculatura. Cuando la gente da clases, tiene la oportunidad de reconocer poco a poco los hábitos que están interfiriendo con la musculatura. Cuando los hábitos se debilitan, la musculatura tiene la oportunidad de hacer mejor su trabajo: músculos que estaban tensos sin necesidad, se van soltando mientras que otros que no hacían su trabajo, empiezan a hacerlo. Esto tiene un efecto en el tono muscular de la totalidad, ajustándolo para hacer su labor gastando menos energía al tiempo que es más eficaz.