Tal y como leísteis en el boletín del mes pasado, la cabeza es una parte única de nuestra anatomía. Pero es que además tiene una dirección propia, y ésta determina la dirección general del cuerpo. Puede favorecer la estabilidad… o entorpecerla; ayudar al movimiento… o lo contrario. Y esto depende directamente de la dirección de la cabeza, de si estamos interfiriendo con ella o no.
En el cuerpo muchas partes tienen una dirección natural. La de la cabeza es hacia delante y hacia arriba. Es antigravitatoria! Y nosotros también lo somos, ya que la dirección básica de todo ser vivo es hacia arriba, en la misma línea de acción de la gravedad pero en sentido opuesto.
Tenemos que saber desde donde “se mueve” la cabeza. Es desde la articulación atlanto-occipital. Este nombre indica el lugar en el que el hueso occipital, parte del cráneo, se encuentra con la primera vértebra cervical, el atlas. Esta articulación tiene forma de mecedora y el único movimiento posible entre ambos huesos es de balanceo; el rango de balanceo es entre 20 y 30 grados. El resto del movimiento que podemos hacer con la cabeza, tanto hacia delante como hacia atrás, corresponde a la movilización de otras vértebras. Si quieres saber dónde está no tienes más que meterte los dedos en los oídos y mover un poco la cabeza como diciendo “sí”. El movimiento que percibes tiene lugar en la articulación atlanto-occipital.
¿Qué significa exactamente esa dirección? Si sabéis lo que es un vector, es como sumar dos vectores. A es la dirección hacia arriba y B hacia delante. La suma, es lo que da la dirección de la cabeza, desde la articulación.
Digo esto porque realmente es muy difícil saber si nuestra cabeza está yendo en la dirección deseada, pero es fácil saber si está yendo hacia atrás y hacia abajo. Si nos lo preguntamos y tenemos la sensación de que no está yendo en esa dirección no deseada, cabe pensar que estará yendo hacia delante y hacia arriba.
Que la cabeza vaya hacia delante y hacia arriba no es un objetivo, sino un medio. Indica que las cosas van bien, indica que no hay interferencia a que la dirección general del cuerpo sea hacia arriba. Y me gusta aclarar que no es un objetivo porque si lo convertimos en uno, entonces haremos todo lo posible para conseguirlo y estaremos “haciendo” algo que definitivamente no es necesario hacer, ya que la naturaleza ha previsto la dirección de la cabeza. Tanto en los animales de cuatro patas como en los seres humanos la cabeza constituye un estímulo para que la columna vertebral se alargue. Y cuando esto ocurre el movimiento ocurre de forma óptima, favoreciendo el alargamiento general del cuerpo sin restarle eficacia a las contracciones musculares necesarias en ese momento.
Lo que queremos saber es si cuando hacemos algo, por ejemplo conducir, estamos echando la cabeza hacia atrás (y por lo tanto, acortando la columna y, en definitiva, nuestra estatura). A menudo lo hacemos así. La cuestión es encontrar la forma de conducir (o hablar, andar, comer, reírnos, correr, montar en bici, etc.) sin que esa interferencia ocurra de forma automática. Y esto, es lo que nos enseña la Técnica Alexander.
Si pienso en mis alumnos, los que me habéis oído hablar de esta dirección muchas veces, os diría: “ya sabes que si estás sintiendo que está ocurriendo, casi seguro estás en el hábito, así que, recuerda que tu apreciación sensorial no es de fiar y trabaja tan solo en el deseo de que la cabeza vaya hacia delante y hacia arriba”.
Si pienso en los que recibís este boletín, pero nunca habéis dado clases, os diría: “observa a un niño de unos dos años, cuando mira hacia abajo para mirar su juguete, el móvil que le han dado, la comida, lo que sea, su cabeza no se va hacia abajo, ¿lo ves?” Pivota a la altura de los oídos pero sin colapsar. Lo mismo pasa si vas a un parque y miras a los niños jugar, sus cabezas siempre están bien erguidas, favoreciendo que sus espaldas no se colapsen hacia abajo.