La espalda, al ser tan larga y ancha, refleja las consecuencias de muchas de nuestras dificultades a la hora de conducir. Es una parte fundamental en un ser humano ya que su configuración en el espacio nos define como especie. Cuando conducimos, la espalda debería estar erguida. Esto no aporta nada nuevo a lo que ya sabías, ¿verdad? Digamos que si no está erguida podemos estar seguros de que algo va o irá mal. En el artículo anterior he hablado de elementos “internos”, es decir, partes del cuerpo que se pueden observar y cambiar. Ahora me ocuparé de elementos “externos”, es decir, partes del coche que se pueden usar como puntos de referencia externos a la persona y que nos darán información sobre lo que pasa e intervienen en como está la espalda. Se trata del respaldo del asiento, la inclinación del asiento, el cinturón de seguridad y el volante.
Ante todo recuerda: la rectitud de la espalda no es un objetivo. Si la musculatura y las fuerzas que la animan están ordenadas, será una consecuencia. Y también una fuente de información para cambiar la forma de conducir. Si estás conduciendo y ves que tu espalda no está erguida empieza a mirar(te). Esto es lo que cambiará el resultado final. En mi experiencia no hay demasiadas normas a las que ajustarse, más bien una serie de cosas que chequeo con constancia pero sin prisa. El estado de mi espalda me indica por donde empezar. Vamos.
1. El respaldo del asiento. Observa la forma que tiene antes de sentarte en él. ¿Tiene un ángulo pronunciado hacia atrás o está casi recto? Si está muy hacia atrás trabaja con ello durante varios días, ve cambiándolo poco a poco ya que si lo hicieras muy rápido sería tan incómodo que lo percibirías como incorrecto. Si el respaldo está muy hacia atrás esto determina como están la espalda, el cuello y la cabeza: la espalda se arqueará, el cuello se pondrá rígido y la cabeza tendrá que quedarse quieta en una posición para asegurar la estabilidad. La libertad de movimiento, por la ventana.
2. La inclinación del asiento. Por motivos de seguridad el asiento está configurado de tal forma que la rodilla siempre estará más alta que la cadera. Esto asegura que si hay un frenazo brusco, la mecánica no favorezca que salgamos despedidos sino todo lo contrario. Sin embargo, desde el punto de vista de la mecánica del cuerpo esto no nos favorece demasiado. De hecho, es la cadera la que debería estar más alta. El acto de conducir impone un cierto desorden estructural en las piernas, lo cual puede afectar a la espalda. En cierto sentido se aplastan contra la articulación de la cadera y la espalda no tiene el soporte adecuado, por lo que hay que estar muy atento. Observa si las lumbares se están “desmoronando” sobre el respaldo. Recuerda que el respaldo está ahí para dar soporte, no para “sustituir” a la espalda. ¿Y si el respaldo desapareciera de pronto? ¿La espalda estaría haciendo su trabajo? Ensaya en casa lo que es sentarse sin respaldo (no más de cinco minutos) y con él. ¿Te desmoronas? Si es así, es muy probable que el mismo hábito esté funcionando cuando conduces.
Si tienes la sensación de que te has derrumbado sobre el respaldo observa como están el cuello y la cabeza. Verás que están desordenados; suelta los hombros y recuerda que tu dirección general es hacia arriba. Siempre hacia arriba.
3. El cinturón de seguridad. Observa si al ponerlo te está haciendo encogerte en el frente del tronco, desde el pubis hasta el esternón; y desde éste hasta la cabeza. ¿Te está llevando hacia abajo? Puede que al principio del viaje, no. Y después de un tiempo lo vuelves a comprobar y ves con claridad que ahora sí. Muévelo un poco hacia fuera y piensa en soltar el frente del cuerpo, el cuello, los hombros. Si estableces esta dinámica verás que es mucho más fácil con el tiempo y tendrás un contacto constante contigo mismo cuando estés en carretera o en un itinerario largo en ciudad. Y esto te ayudará mucho cuando termines el viaje.
4. El volante. Observa si lo estás agarrando como si no hubiera un mañana. Me resulta muy útil pensar en soltar los hombros y los codos ya que cuando agarro el volante demasiado los hombros se bloquean y los codos van hacia arriba. Suelta los codos. El volante es un gran punto de referencia para saber si estamos agarrados. Trabaja agarrando el volante lo mínimo posible, con las manos cerradas, con las manos cerradas pero sin agarrar, alargando los dedos, volviendo a cerrarlos sobre el volante.
Este trabajo que te propongo en estos dos artículos no es sólo para el verano. Puedes trabajar con esto durante semanas, incluso meses. Aunque te lleve un año entero, verás que tu forma de conducir no hace más que mejorar. Verás que el acto de conducir se convierte en un entorno interesante en el que mejorar tu uso y que te hará pensar en lo que haces en otros ámbitos. Y, lo mejor de todo, te dolerá menos la espalda, el cuello y los hombros.
Para terminar sólo diré: si conduces, respira. Me ocuparé de este importante tema en un artículo futuro.