TÉCNICA ALEXANDER MADRID con Marta Barón
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¿Qué tal? Bien ¿Qué tal? Mal

11/6/2021

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Esta pregunta tan habitual en nuestro idioma, suele responderse así. Todo lo que está pasando debajo de la piel, incluidos los pensamientos sobre nuestra persona y las circunstancias que nos rodean, los resumimos con esas palabras. Realmente solemos responder “bien” ya que explicarse podría ser conflictivo, peligroso o incómodo, según la persona que esté enfrente.
 
Si supiésemos en realidad lo que pasa debajo de la piel, esto no sería un problema. Pero, ¿lo sabemos? Sospecho que no tenemos mucha idea. En primer lugar, no podemos ver en qué estado está la musculatura o las articulaciones, y tampoco tenemos una gran conciencia de muchos de nuestros pensamientos. El organismo está provisto con infinidad de mecanismos que dan información sobre el estado de las cosas, dándonos la opción de salir de la dicotomía bien-mal.
 
Recuerdo muy bien que cuando empecé a recibir mis primeras clases de la Técnica aprendí a tumbarme en el suelo a diario como me había recomendado mi profesora, incluso varias veces al día; entonces, mi concepción del dolor de espalda, la razón por la que empecé clases, dio un vuelco. No era solo que “algo” estuviese mal en mi espalda, sino que mi reacción a la vida, no me llevaba a corregir, sino a potenciar, el dolor. Empecé a tener una relación con el “matiz”.
 
Este artículo va de los matices. De los matices en nuestras concepciones, en nuestra percepción de lo que nos pasa y de la reacción que tenemos a lo que nos pasa. Si os fijáis, hoy en día el mundo es muy dicotómico. Soy zurda o diestra; de derechas o de izquierdas, del Madrid o del Barça; ¿lista o tonta? ¿gorda o flaca? ¿flexible o rígida?. Nos definimos como una cosa o la otra. Y esta forma de definirnos, llega a limitarnos. Desgraciadamente, esa definición también nos hace sentir en un lugar de seguridad. Cambiar cuesta.
 
Os doy un ejemplo: digo que “fumo” pero en realidad, en cuanto lo desee, puedo dejarlo. Puedo idear la forma de hacerlo y el cambio real en mi vida va a ser pequeño. Cuando digo que el cambio “real” es pequeño me refiero a que no me hace falta cambiar de país, de relaciones o de trabajo, y mi personalidad no se verá afectada. Se trata de buscar, encontrar e implementar una estrategia. Ahora bien, si digo que “soy rubia”, esto ya sería mucho más difícil de cambiar. Me puedo teñir el pelo, pero en esencia sigo siendo rubia y en cuanto el tinte se gaste, volveré al color que indican mis genes. Si digo que tengo dos brazos, lo mismo, puedo perder uno pero el trauma será considerable y tendrá un efecto esencial en todos y cada uno de los aspectos de mi vida. No hay matiz, soy rubia y tengo dos brazos. Me puedo definir de esa forma; no me definiría jamás como “fumadora”, porque sé que puedo cambiarlo sin que mi esencia se vea afectada.
 
Pero en nuestro funcionamiento sí que hay matices. Y a eso nos dedicamos en la Técnica Alexander. Buscamos y encontramos matices, los exploramos y crecemos a medida que se hacen presentes en nuestra cotidianeidad. Por ejemplo, me duele el brazo, sí. Pero ¿qué pasó en el rato anterior a que empezara a dolerme? ¿qué hice conmigo misma? ¿qué actividad hacía y con qué actitud la llevaba a cabo? ¿me duele como suele dolerme? ¿con la misma intensidad y el mismo rato? Todas estas preguntas introducen una serie de matices que hacen que ese dolor ya no responde solo a la idea de dolor: mal. Sino que responde a una actividad mucho más rica y que puede llevar a la puerta para cambiarlo y eliminarlo.
 
Hay que introducir el matiz en nuestra reflexión y observación de lo que hacemos y como lo hacemos. De esta forma, no solo se enriquece la actividad que hacemos sino que nos ponemos en la disposición de recibir gran cantidad de información sobre nosotros mismos. Si andas, por ejemplo, observa el suelo sobre el que el pie se mueve. Observa el calzado que llevas y lo que le impone al pie. ¿Lo aprieta o deja que los dedos se muevan? ¿Sujeta el tobillo, permite que la planta haga el juego del paso con facilidad, se apoya bien cuando plantas el pie en el suelo? Cuando andas, ¿estás mirando a lo lejos, enfrente, hacia abajo? ¿estás enfocando la vista, usando la visión periférica, o tan solo ves, sin mirar?
 
Esta misma lógica se puede aplicar por ejemplo a la forma en que te sientas frente a tu ordenador. Qué haces con los pies cuando estás sentado, con los brazos o las piernas, como sitúas la cabeza o cuanto tiempo pasas en la silla, si te retuerces o colapsas sobre el respaldo. Si respiras por la boca, la tensas o el entrecejo está arrugado. Toda esta información te ayudará a explicar si hoy te duele la cabeza o te vas a casa con los hombros o los brazos doloridos.
 
Y todos estos matices, ¿para qué? Pues para funcionar mejor. Nos interesa la información y que esta sea lo más fina posible para poder resolver las cuestiones que van surgiendo. Si tenemos la información, y la tenemos lo más pronto posible, podremos acometer las “reformas” necesarias; si no la tenemos, sencillamente no podremos. Todo es una práctica. Y, sobre todo, si nos habituamos a recibir las señales que nos llegan, y a atenderlas,  nuestro “sensorio”, el conjunto de todas las sensaciones que van del cuerpo a la mente consciente, será cada vez más rico en matices.
 
La especialidad de los profesores de la Técnica Alexander es ayudar a tu organismo a enriquecer la información sensorial a la que tienes acceso cuando haces la vida. Ayudamos también con el conocimiento que te llevará a tener una interpretación correcta de las sensaciones. Nuestro propósito es que llegues a ser independiente en el día a día, de forma que vayas procesando la información para conseguir lo que te has propuesto sin hacerte daño. En las clases, solemos dejar alguna pequeña actividad para observar y trabajar hasta la siguiente clase. He observado que estos pequeños y sencillos trabajos que les propongo a mis alumnos son muy útiles para desarrollar su propio criterio.
 
Cuando tienes un problema y recurres a un “especialista”, recibes la ayuda que necesitas (en el mejor de los casos) pero su trabajo solo llega hasta un punto. El resto, lo tienes que resolver tú. Nadie puede “obligarte” a no torcerte cuando estás demasiadas horas en el ordenador, o a no colapsarte si estás en la silla. Se trata de ti y tú puedes cambiarlo pero necesitas los matices. Observarte y llegar a alguna conclusión. Manejar la información que te proporciona el especialista es tu labor; tu capacidad y deseo de observación son herramientas de las que dispones; la buena noticia es que la Técnica Alexander las expande y las potencia.
 
Te propongo una pequeña actividad: siéntate en una silla que tenga el respaldo un poco recto. Para empezar, en el filo de la silla, sin que la espalda esté en el respaldo. Obsérvate. Observa si los dos pies están en el suelo, si cruzas una pierna sobre la otra (y pregúntate si es siempre la misma pierna) o los tobillos. Decide dejar los pies en el suelo y observa lo que eso te genera (si estás cómoda o incómoda, si te tira alguna parte de las piernas, la pelvis o la espalda). Ahora, lleva las nalgas hacia atrás, para apoyarte en el respaldo de la silla. Cuando haces esto ¿la tripa o la parte delantera de los hombros, se encogen? ¿se arquea la espalda? Observa. Por último, vuelve a ponerte en el filo de la silla y, sin mover las nalgas, inclínate hacia atrás hasta que la espalda toque el respaldo. ¿Es igual a la situación anterior? ¿Tiene un efecto en tu sensación de comodidad? ¿Lo ves posible, siquiera? Obsérvate con un sentido “crítico”, sin dejarte llevar por las sensaciones pero sin ignorarlas.
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Conectar....se escribe con S  (I)

28/5/2019

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Una situación típica: alguien que hace su vida cumpliendo con sus exigencias, necesidades y deseos sin mayores dificultades. Ejerce su cuerpo y sus decisiones con cierta fluidez, consigue lo que se ha propuesto. Hace. Ejecuta. Se mueve. La acción da forma a su vida.
 
Entonces, aparece un límite en el cuerpo. Lo que siempre había hecho sin pensar, empieza a resultar más difícil. Puede que vea bastante claro el problema pero la solución no llega. Es posible que alguien con conocimiento técnico, ofrezca un  diagnóstico; pero más veces de las que nos gustaría, no proporciona una solución.
 
El cuerpo falla, y no consigue entender por qué. Es entonces cuando entra en juego un elemento que siempre estuvo ahí y no veía: la posibilidad de acercarse a sí mism@ y desarrollar sus capacidades, sus potencialidades.
 
Así pues, tengo un problema, busco una solución, no me la proporcionan desde fuera. ¿Es posible que se encuentre dentro de mi? Para empezar ¿dónde estoy? ¿qué me pasa? ¿Puedo yo intervenir para encontrar una solución?
 
La Técnica Alexander nos enseña dónde estamos, qué nos pasa, cómo podemos resolver. Nos da herramientas que nos permiten contestar con un “SI” muy claro a la última pregunta. La resolución pasa por ampliar la conciencia de un@ mism@. Cuantos más elementos manejemos, más fácil será encontrar una solución.
 
Así, llegamos a la S del título: SENTIR
 
Si no podemos sentir, estamos desconectados. De niños, todos sentimos, aunque no somos conscientes de ello. Sentimos y actuamos en consecuencia, sin pensar demasiado. Y nuestras reacciones suelen ser adecuadas, muestran lo que está pasando por dentro. Al crecer, aparecen filtros: la mente, los pensamientos; nos cuesta reaccionar de acuerdo a las sensaciones. Nos  desconectamos. Y entonces resolver es complicado. Pasamos a depender por entero de los demás y su conocimiento.
 
Pero ¿qué es sentir?
 
El ser humano es un animal sensorial: tiene una serie de mecanismos sensoriales que le dan información de diferente naturaleza. El conjunto de estos mecanismos, este “sensorio” le ayudan a sobrevivir. Veamos de qué tipo son.
 
Para empezar tenemos cinco sentidos muy diversos que le ofrecen diferente tipo de información para completar el cuadro que tiene delante. Vista, oído, tacto, olfato y gusto son sentidos de información “positiva”, informan de lo que hay. Por ejemplo si escuchas con atención y te preguntas qué oyes podrás oír el tráfico, o la cisterna del piso de arriba o los pájaros cantando. Pero no recibes la siguiente información “no oigo un camión”. Si lo buscas y no lo encuentras, claro, tomas conciencia de ello pero el oído en sí no te informa en concreto de que no lo oye. Lo mismo pasa con los otros cuatro sentidos.
 
Hagamos un pequeño juego: para por un momento y pasa uno a uno por los cinco sentidos, ¿qué te llega? Primero la vista, observa el lugar en el que estás. Después el oído, el olfato, el gusto y por último el tacto. Observa lo variado de toda esta información. Es sutil y genera una percepción más viva de ti mism@.
 
En segundo lugar está el sentido propioceptivo: nos da la capacidad de sentir el cuerpo propio, la posición de las partes del cuerpo, el movimiento. Interviene en el control del equilibrio, la coordinación de los dos lados del cuerpo, la alerta del sistema nervioso. Influye en el desarrollo emocional y del comportamiento. Es mucho más sutil que los cinco anteriores y no proporciona información positiva sino que es un sistema de alarma que salta cuando algo va mal o es inusual.
 
Juguemos: observa como el aire entra y sale por las fosas nasales, ¿podrías decir si entra y sale más por la derecha o por la izquierda? Sigue con la respiración y observa si notas el movimiento de la caja torácica: primero arriba, luego en las costillas por delante y luego por detrás. Por último, mira si la entrada y la salida de aire afecta a la zona del sacro, justo encima de las nalgas y en el centro de la espalda. Pon ahí tus manos y mira a ver si puedes reconocer algo de movimiento. Por último, ¿notas si afecta a tu estado de ánimo observar la respiración?
 
Nuestro estilo de vida no ayuda a que este esencial sentido funcione a nivel óptimo. Las exigencias imperantes generan hábitos que afectan a la eficacia de los músculos; se tensan o relajan indebidamente por lo que no envían información adecuada y la propiocepción se desajusta. Se puede recuperar haciendo el trabajo adecuado. A su vez, cuando se activa, es posible identificar los hábitos para poder acometer su “reforma”. Esto, favorece la conexión con un@ mism@, lo cual es sentar las bases para poder resolver lo que nos pasa. Es un sistema de retroalimentación que hace que cuando una parte mejora (la capacidad de percibirnos) influye positivamente en la otra (los músculos funcionan mejor y envían información) y así podemos mejorar todo el tiempo. Con la situación opuesta, también ocurre: si la primera parte funciona mal, perjudica a la segunda y así sucesivamente.
 
Continuará…
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


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Respirar: un círculo continuo

19/9/2017

 
Elefante dando a luz.

Elefante dando a luz. Es impresionante como hacen que su bebe recién nacido respire. #ReinoAnimal

Publicado por Cerebro Digital en jueves, 14 / enero / 2016

Nacemos y nuestra primera acción es respirar. Dejamos de respirar y ya no estamos vivos. La calidad de la respiración es un criterio de bienestar y también una fuente de información de nuestro estado general.
 
Mientras estamos vivos, respiramos todo el tiempo. Puede que sea mejor o peor, cogiendo aire por la boca, cogiendo la mínima cantidad de aire para sobrevivir, no dejando que el aire entre, no permitiendo que salga, etc. Pero en todos estos casos, sigue habiendo intercambio de gases dentro de nosotros, cogemos oxígeno y soltamos dióxido de carbono.
 
Cuando viene un nuevo alumno, observo qué hace al respirar. Me interesa saber si respira por la boca o por la nariz; si su respiración es superficial o profunda; si al respirar sube los hombros o se desmorona; si hace ruido al coger aire o al soltarlo. Me interesa ver si cuando va a hablar le veo u oigo coger aire por la boca antes de iniciar la frase. Estoy atenta a la zona de los costados, a ver si hay movimiento cuando se mueve el aire hacia dentro y hacia fuera; o si no lo hay.
 
Todos estos elementos me dan información sobre sus hábitos respiratorios. A menudo también pregunto cual es su idea de la respiración. Si perciben cuando el aire entra y sale, si les falta el aire. La mayoría de mis alumnos se muestran disconformes con la calidad de su respiración. He tenido muy pocos alumnos cuya respiración no tuviese interferencias, con una respiración libre.
 
Tener una “respiración libre” no es un objetivo, sino la consecuencia de una serie de cosas: refleja que la musculatura que interviene en la respiración está libre, que no le sobra tono (lo cual impide que el aire entre o salga con fluidez) ni tampoco le falta (el tronco se levanta y se desmorona a medida que el aire entre y sale). Si el alumno viene con interferencias en la respiración y veo como se van soltando a lo largo de la clase, sé que vamos por buen camino.  Cuando pasa esto, sé que es la musculatura la que está ganando en libertad y eso hace que la respiración también se beneficie de ello. La respiración me da información sobre el estado muscular de mis alumnos.
 
También suelo incidir en si hay un hábito de respirar por la boca o por la nariz. A veces, en las prácticas deportivas nos acostumbramos a respirar por la boca y eso deja un hábito residual que se lleva, sin advertirlo, a la vida cotidiana. Les hago pensar en esto y observarlo en su vida cotidiana para mejorar la calidad de la entrada de aire.
 
Aunque muchas veces explico pequeños conceptos sobre el mecanismo respiratorio, siempre me centro en el uso que hacen mis alumnos de sí mismos, también en el terreno de la respiración. En otras palabras, les hago pensar sobre cómo respiran. Algunas preguntas: ¿sabes si dejas que entre el aire o lo coges haciendo ruido? ¿Cuándo expiras, el tronco se colapsa sobre las caderas? ¿Hace falta coger aire o entra solo? Tú mism@ puedes observar tu respiración y quizás sacar alguna conclusión de tu estado muscular. Hagamos un juego muy sencillo: quédate quiet@ durante cinco minutos y observa como el aire roza las fosas nasales cuando entra y sale por ellas. No te preocupes si el intento de observar varía el ritmo respiratorio, es normal. Sigue observando durante unos minutos y observa el estado emocional que se genera. Cualquier cosa es posible y todo lo que observes es interesante. Quizás notes que te relajas, que te sueltas. O precisamente lo contrario: que te tensas. Mira a ver si puedes percibir como se mueve la tripa…..las costillas….la zona dorsal de la espalda….los hombros…el pecho. Todo es interesante y valioso porque se trata de ti. Y aunque no llegues a entender lo que estás haciendo, lo que estás experimentando eres TÚ.
 
Cuando hablo de la respiración siempre recuerdo varias cosas. En primer lugar que he sido asmática; una parte de mi asma era alérgica (a los gatos) y ese asma era muy difícil de quitar, pero con las herramientas que me proporciona la Técnica siempre fui capaz de lidiar con ella y mejorar en un rato más o menos largo. A veces también tenía asma asociada a la ansiedad; por ejemplo si iba a correr y empezaba demasiado rápido, podía aparecer. Pero esto lo resolvía enseguida: me centraba en la salida del aire, trabajaba no tomando aire sino dejando que entrara e insistiendo en sacar el aire que estaba en los pulmones. Solía quitarme esos ataques de asma sobre la marcha, sin parar de correr. Hace bastantes años que no tengo asma, aunque si voy a casa de alguien que tiene gato estoy muy atenta y a la primera señal, empiezo a trabajar conmigo misma.
 
La otra cosa que recuerdo es que vivimos en un mundo muy rápido, lleno de estímulos, demandas, necesidades y deseos. Es muy difícil parar y esto genera una situación general en el cuerpo que no es exagerado catalogar de ESTRÉS. Un cuerpo estresado encuentra muy difícil respirar con libertad, sencillamente porque los músculos están atentos a adaptarse a los cambios que van surgiendo. Y esos mismos músculos son los que intervienen en la respiración, por lo que es fácil que haya profundas interferencias. Así que…..PARA. Cuando puedas y como puedas pero date un poco de tiempo para observar si estás respirando.


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