Cuando la gente llega a las clases tiene un montón de dificultades que no entiende de dónde vienen y menos aún cuál puede ser la solución o cómo acometerla. En primer lugar enseño a los alumnos de qué va la cosa: es un trabajo de aprendizaje y de colaboración. Trabajamos juntos: la persona, la Técnica y yo. Yo me ocupo de las tres cosas pero los alumnos tienen su labor; y ésta, es lo más importante de la clase.
Pido a los alumnos paciencia consigo mismos. Vamos a buscar qué pasa y nos va a llevar un tiempo. Una vez que uno ha decidido dar clases hay que estar tranquilo, darse tiempo y “saber” que la solución la tiene uno dentro. Queremos descubrir qué hábitos se han hecho fuertes en el sistema y perseguimos vencerlos una sola vez. Una vez que el alumno ha tenido la experiencia clara de lo que ha pasado, ya sabe que es posible y solo tiene que trabajar para poder usarlo cuando lo desee o lo necesite.
Se aprende mejor si no tenemos la exigencia de “entender”
Lo que acabo de explicar no impide que la mejor actitud hacia el trabajo sea una mirada inquisitiva y “preguntante” hacia uno mismo. Sé curioso, inconformista, duda de lo que dice el profesor (sin querer descartarlo porque sí). Investiga sabiendo que tanto el investigador como el objeto investigado… eres tú. Los cambios que se producen con el trabajo de las manos y las indicaciones que hace el profesor ayudan a resolver las dudas que van apareciendo.
Es importante la actitud ante las sensaciones que irán apareciendo: no juzgar. No centrarse en si está “bien o mal” lo que pasa, si lo está haciendo “correctamente” o no. Salir de esto no es fácil, nuestra experiencia en el ámbito del aprendizaje está fundamentada en que “hacerlo bien” es deseable, un objetivo. Y lo contrario, el coco.
Desde el principio explico a mis alumnos la pequeña dificultad perceptiva que tenemos los seres humanos. Nuestros sentidos son limitados, dan solo una parte de la información; y a veces ni siquiera, como en el caso de la información cinestésica. Y además, la información recabada es también moldeada por nuestras ideas. No sabemos muy bien qué estamos haciendo con nosotros mismos (da igual el momento o acción que elijamos). Esto hace que el “instrumento” que podría medir si estamos haciendo las cosas “mal” o “bien”, no es de fiar.
Luego está la cuestión de lo “desconocido”. Intelectualmente, nadie parece tener demasiados problemas con adentrarse en un terreno desconocido. Corporalmente, sin embargo, nadie lo toma con facilidad. Y la Técnica Alexander nos meterá en un terreno desconocido; si no es así, no vamos por buen camino. Ante el posible miedo que puede surgir a esta idea la respuesta es bien sencilla: tranquil@, vamos despacio. Y ¡menos mal! Si en una sola clase consiguiésemos el resultado final, ¡el shock sería tremendo! Hacemos clase a clase buscando el cambio y éste se va acomodando en función de las posibilidades del alumno. En mi experiencia, los resultados suelen ser los deseados.
Resumiendo, si vas a aprender Técnica Alexander sé crítico con el trabajo, el profesor y, sobre todo, contigo mismo. Hazte preguntas sobre tus hábitos. Prepárate para entrar en terreno desconocido y ¡observa! No te fíes de tus sensaciones y todavía menos de tus pensamientos. Recuerda que es un trabajo psicocorporal, no vas a poder entenderlo sólo con la mente. Y nunca pases por alto que necesitarás un tiempo para asimilarlo. ¡Disfruta el viaje!