En esta segunda parte me ocupo de la contribución de los pensamientos, las emociones, la experiencia vivida; todos ellos son en cierto sentido también sensaciones. Sin duda, las provocan. Es en este ámbito donde la conexión con un@ mism@ y con los elementos que aunque tienen nombres diferenciadores y separadores son lo mismo, los resultados pueden ser más liberadores: la conexión cuerpo/mente.
Una situación que se repite pero con el extra de conexión con el cuerpo nos da la oportunidad de reaccionar de otra forma y nos protege de las posibles consecuencias. Esta herramienta (sentir) nos permitirá considerar las sensaciones que nos provocó aquel escenario; la información que recibiremos de nuestros sentidos, nos permitirá tomar una decisión que construya en vez de lo contrario. La Técnica Alexander nos enseña a usar nuestra capacidad de razonar en base a la experiencia y en conexión constante con nuestro cuerpo y sus capacidades actuales. La mente se convierte en el observador de lo que pasa “allí abajo”; se da una situación de retroalimentación en la que las capacidades de la mente ayudan a lidiar con lo que se siente en el cuerpo; y al mismo tiempo, la capacidad de sentirnos, nos mantiene anclados a nosotr@s mism@s. Estamos más presentes, se agudiza la atención, y nos podemos dar un poco más de tiempo para reaccionar a lo que está pasando.
Piensa en alguna situación que suele repetirse y que te cuesta afrontar de forma que no te hagas daño. Quizás la reunión anual de vecinos, o un atasco. Algo que puede sacarte de quicio fácilmente. Recuerda qué pasa en tu cuerpo cuando estás ahí. Y la próxima vez que te pase, vuelve al cuerpo con la intención (mental) de no reaccionar a la provocación del vecino del tercero, o al impulso de cambiarte todo el tiempo de carril. Observa si hay algún cambio.
Si hay conexión entre el cuerpo y la mente también se facilita la posibilidad de reconocer las emociones que se van generando a medida que llegan los estímulos del día. Esto nos permitirá intervenir de forma consciente y constructiva en la reacción que dejamos “salir” ante ese estímulo. En los niños por ejemplo hay una sutileza enorme a la hora de relacionarse con las reacciones que les habitan. Si están enfadados lo muestran con muecas, gritos o pegando una patada a una puerta; si están tristes, lloran. O si tienen miedo, se esconden, buscan protección o incluso lloran. Hay una conexión directa entre emoción y reacción. Lo saben y lo hacen saber.
A veces parece que, en los adultos, todo se podría resumir con “bien” o “mal”. Estas dos formas de definirnos, tan habituales, son grises, no dan matices. Si nos sentimos “mal” ¿sería posible matizar un poco si lo que nos ocupa es ira, dolor, miedo, etc.? Estas emociones (y otras) son naturales en el ser humano: generan sensaciones y ayudan a la supervivencia. Tienen, además, una manifestación física que puede pasar desapercibida si nos cuesta sentir(nos). Si no logramos discernir lo que nos pasa, la reacción a esas emociones es bastante descontrolada, es el inconsciente el que actúa en clave de salirse con la suya, sobrevivir, o el mal menor. No está fundamentado en la construcción y no proporciona un aprendizaje consciente. Estamos desconectados.
Hagamos un juego: elige una situación reciente en la que te sentiste “mal”. O “bien”. ¿Podrías matizar qué había pasado, qué era lo que querías, si lo que ocurrió tenía que ver contigo o con algo externo? ¿Tenías esa sensación en algún lugar del cuerpo? Es más, ¿sentías el cuerpo? ¿Como fue que lograste salir del estado de ánimo? ¿Tuvo consecuencias, te hiciste daño a ti o a otros sin “darte cuenta”?
La Técnica Alexander nos pone en una situación de conexión que nos permite contestar todas estas preguntas. Nos da herramientas para responder de forma constructiva a situaciones que no son fáciles. Cuando pasa algo, no “desaparecemos”, lo cual daría lugar a una reacción descontrolada. Al contrario, la atención proporciona información variada y sutil que nos ayudará a cubrir necesidades sin hacernos daño.
Conexión también es tomar conciencia de hábitos mentales que nos llevan en una dirección que no hemos elegido. Y esto cambia el curso de las cosas. Pero para esto, ha de estar despierta la capacidad de sentir. Preocuparse, deprimirse, enfadarse, estar “bien”, ser olvidadizo, etc., pueden ser hábitos de respuesta a la vida. Lo interesante es llegar a ver que es así, no es fácil. Pero si uno llega a verlo, la vida mejora mucho, porque ya no estamos en el “no lo puedo evitar” sino en una respuesta mucho más controlada y constructiva.
El hábito de preocuparse, por ejemplo. Para el que tiene ese hábito, le parece que cada vez que se preocupa hay una razón genuina detrás de esa reacción. Pero si llega a darse cuenta de que se preocupa “por todo” es posible que consiga ver que es una respuesta habitual que se ha hecho fuerte en el sistema y salta automáticamente. Esto se puede cambiar. A beneficio de la vida.
A veces pregunto a mis alumnos si siempre andan o conducen por el mismo camino para ir y volver al trabajo; si usan el mismo tipo de ropa todo el tiempo; si comen lo mismo cada día en el desayuno, por ejemplo. Y, sobre todo, qué reacción tienen si se les impone (desde dentro o desde fuera) un cambio. ¿Se enfadan? ¿Empiezan el día con “el pie cambiado”? ¿Se sienten inseguros, incluso en peligro? Te invito a que lo observes en tu vida cotidiana.