A mi esta palabra me resulta muy evocadora; dirección tiene por lo menos dos significados:
1. orden, instrucción;
2. en qué dirección se mueve algo.
Tanto la primera como la segunda acepción se usan en la Técnica Alexander. Yo añadiría un tercer significado que es esencial para entender este trabajo: deseo.
Cualquiera que viene a clases necesita o desea algún tipo de transformación. O bien tiene algo para resolver o quiere comprender cómo son las cosas. Tiene necesidad de un cambio. Pero este cambio no puede darse si no sabe lo que está pasando y por lo tanto tiene que aprender a observar, a sentir. Y esto se consigue cuando paramos. Pero sólo con esto tampoco viene el cambio.
Para cambiar hay que saber hacia donde queremos ir, qué queremos soltar. Y lo bonito es que sólo con saberlo el trabajo ya se está haciendo. En este caso entra en juego la parte de “deseo” de la que hablaba más arriba.
A menudo los que leen una introducción sobre la Técnica Alexander o incluso los que deciden dar algunas clases consideran que tienen que “entender” lo que es la dirección. Pero no hay nada que entender. La dirección no es un concepto, es una experiencia. Así fue como la “desarrolló” F. M. Alexander. Fue probando, buscando, usó el método científico y llegó a una serie de conclusiones. Cuando empezó a enseñar sus hallazgos a otros, tuvo la oportunidad de probar si lo que le había funcionado a él tenía sentido en otras personas. Y lo tenía.
Cuando trabajo con alguien quiero ver si hay interferencias a la dirección básica del ser humano: ir hacia arriba. Esta dirección física no es diferente a la de cualquier otro ser vivo: plantas, animales que vuelan, corren o nadan comparten con nosotros esta dirección básica. Cuando no hay vida la compartimos también: seguimos el dictado de la gravedad y vamos hacia abajo.
También quiero averiguar si la persona puede poner a funcionar la dirección en el sentido de usar una serie de instrucciones u órdenes mentales ¿Puede ordenarse algo a sí mismo o es presa de sus hábitos? El alumno va a ir aprendiendo lo que son las direcciones de una forma experiencial, con la ayuda de mis manos, que le darán una experiencia de uso de sí mismo en el contexto del movimiento cotidiano.
Explico a mis alumnos que la dirección requiere darse una orden mental, les enseño qué ordenes mentales concretas se usan en la Técnica y también el orden en el que funcionan. Aprenden a confiar en la dirección como un simple deseo que conecta sus pensamientos (dirigidos) con su musculatura a través del canal físico que es el sistema nervioso (un sistema de cableado que se inicia en el cerebro y va a todos los rincones del cuerpo enviando señales eléctricas para que el trabajo de cada parte se produzca).
También explico en mis clases que muchas partes del cuerpo tienen una dirección natural: la cabeza, los hombros, los codos, los tobillos, las rodillas y las caderas tienen una dirección. Si esta dirección está activa en todo momento, el movimiento fluye con facilidad. Si no es así, significa que hay interferencias y se puede mejorar. Entonces, acometemos el trabajo para restaurar la dirección natural de las partes.
Les enseño también –insisto bastante en esto, mis alumnos pueden dar fe –que la dirección no tiene sentido si antes no está funcionando la inhibición. La cuestión no es hacer las cosas de otra forma, sino dejar de hacer lo que interfiere y entonces usar la potencia de las direcciones para optimizar el uso de nosotros mismos.
Con las manos les proporciono la posibilidad de tener una experiencia de movimiento que, conectada con la dirección que van desarrollando poco a poco, les irá dando independencia en su día a día. Todo esto es posible porque la Técnica Alexander es una técnica; cualquiera puede aprender sus elementos e implementarla para lo que le interese y con ello, mejorar su vida.