Para empezar, pensemos en una diferencia esencial entre nosotros y esos pesos: nosotros somos seres vivos; los otros, seres inertes. Nuestra relación con la gravedad es muy distinta: nosotros tenemos una capacidad innata de oponernos a la gravedad, con lo que nuestra dirección básica y esencial es hacia arriba; los pesos externos van hacia abajo. Sin excepciones.
Esta diferencia en la dirección hace que llevar un peso pueda ser un punto de referencia que nos dinamice, favoreciendo nuestra dirección natural. El peso del objeto facilita que nos conectemos con nuestros mecanismos de soporte y que llevar el peso sea una fuente de información de lo que hacemos con nuestro uso en unas circunstancias de mayor demanda.
Recuerda que no es lo mismo saber que no saber. Por lo tanto, no olvides que tú vas hacia arriba, el peso hacia abajo. Es la forma en que nos relacionamos con ese peso la que llevará a un resultado u otro. A esta forma la llamamos “uso”. Por lo tanto, como te uses a ti mismo cuando coges y mueves ese peso, es relevante.
Se pueden decir algunas cosas concretas para cuando llevamos el peso con los brazos, o en la espalda o en el frente. Pensemos en las bolsas de la compra, por ejemplo. El peso se siente en los brazos y en los hombros. En este contexto es necesario observar cómo el peso de las bolsas va hacia abajo y que no está tirando de los brazos hacia ese lugar; pero tampoco bloqueamos los hombros. En su lugar, pensaremos en no sujetar brazos y hombros, en soltarlos al peso de las bolsas al tiempo que recordamos cuál es nuestra dirección. Hacia arriba, siempre hacia arriba. Así, veréis que es la espalda la que lleva el peso en lugar de hacerlo con los brazos u hombros, cuya función no es esa.
Pensad en el modo en que lleváis una bolsa de mano, siempre pegada al cuerpo, ¿verdad? No se os ocurriría levantar el brazo horizontalmente y llevar así la bolsa. ¿Por qué? Porque sería mucho más esfuerzo. Es decir, que desde un punto de vista mecánico, sería desventajoso. Por lo tanto, acercamos el peso al cuerpo. Lo mismo ocurre si llevamos una mochila o una caja. Siempre cerca del cuerpo, cerca de la columna vertebral. Columna ¿Os habéis parado a pensar en esa palabra? Columna es un objeto que sujeta, que sostiene. El cuerpo humano no es una excepción. Si vas a coger un peso, asegúrate de que es la espalda, con su columna, la que hace el trabajo.
Por lo tanto, si llevas una mochila, lo más pegada al cuerpo posible, deja que te “abrace”. Observa si te lleva hacia abajo y si tienes la sensación de que es así, mira a ver si puedes descubrir si son los brazos, la espalda, los hombros o quizás la tripa la que sigue el dictado de ese peso. Si te quedas quieto un momento cuando te la pones en el cuerpo, quizás puedas trabajar más fácilmente la idea de ir hacia arriba. Observa el contacto de los pies en el suelo, hacia arriba desde los pies y desde la mochila.
Haz un pequeño experimento: colócate la mochila o coge la bolsa y quédate quieto. Observa la demanda que ejerce el peso sobre la espalda, la columna, los brazos, los hombros, las piernas. ¿Notas la oposición entre el peso y tu dirección propia? Esto es algo deseable ya que cuando salimos del hábito (habitualmente nos llevamos a nosotros mismos y añadir un peso externo nos hace salir de ese “soporte habitual”) recibimos información del cuerpo; pero también podemos usar información de la mente (observarnos, decidir qué queremos y recordárnoslo de vez en cuando).
En mi experiencia, lo que me parece más difícil es llevar un bolso en el hombro, ya que el peso no se distribuye homogéneamente. En este caso, de vez en cuando chequea si estás subiendo el hombro. Verás que es muy fácil hacerlo, de hecho ocurre sin que nos demos cuenta. Cuando no te muevas, observa la respiración ¿estás interfiriendo de alguna forma con ella? Si es así, lo más probable es que el hombro esté subido. Juega a observar tu respiración mientras estás quieto, andando, subiendo escaleras. O en el momento de quedarte quieto, justo después de andar.
Para resumir, yo diría que se trata de no caer en el descuido. Llevar peso exige de nosotros mejor soporte, equilibrio y coordinación que cuando solo nos transportamos a nosotros mismos. Si nos descuidamos, los (malos) hábitos se harán fuertes en el sistema y en general eso impide que nuestro funcionamiento sea óptimo.