TÉCNICA ALEXANDER MADRID con Marta Barón
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BARRIO SÉSAMO (II): abajo/arriba

24/2/2021

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Enero 2021, la tormenta Filomena se abate sobre la Península Ibérica. En Madrid, nieva sin parar más de veinticuatro horas. Cuando todo “terminó” pudimos por fin salir de casa y disfrutar de la nieve. El espectáculo en los parques alrededor de mi casa era dramático: árboles caídos, desgajados desde las raíces, copas tronchadas, ramas arrancadas, retorcidas por el peso de la nieve.
 
¿Qué árboles se habían caído y cuáles habían aguantado? Parecía haber un patrón: árboles torcidos o con ramas demasiado grandes en una sola dirección, eran candidatos a caerse y doblarse. Aquellos que mantenían su verticalidad, parecían haber soportado el rigor de la tormenta y su insostenible peso en nieve.
 
El árbol, ese ser vivo silencioso y resistente a casi cualquier inclemencia (me viene a la mente el Ginko que sobrevivió a Hiroshima), se inclina ante la gravedad. La gravedad ocurre cuando tienes un objeto con masa (en este caso, la Tierra) que atrae a otros objetos con masa, los que vivimos en su rango de acción.  El objeto atraído puede ser un objeto inerte o un ser vivo. Los objetos inertes, no tienen mucha opción frente a la gravedad: van donde ella dicta. Si coges uno de esos objetos y lo tiras al aire, no llegará más lejos de lo que tu impulso lo lleve. Una vez que se igualan tu impulso y la fuerza de la gravedad, vuelve a ir hacia abajo.
 
Ahora bien, los seres vivos respondemos a la gravedad de otra forma. Ya seamos animales de agua, de aire o de tierra, plantas o seres humanos, nuestra relación con la “constante universal” es radicalmente distinta a la de los objetos inertes. Los seres vivos, nos expresamos de manera óptima colaborando con la gravedad. Ella nos “llevaría” hacia abajo y nosotros tenemos la capacidad de ir hacia arriba, siempre y cuando estemos vivos y en “relativo” buen estado. Una vez que la vida deja de definirnos, obedecemos y vamos hacia abajo.
 
De hecho, en gravedad es donde nuestro organismo se ha desarrollado y por tanto su forma, su funcionamiento, tiene sentido junto a ella. Cuando los astronautas están en el espacio pueden tener todo tipo de problemas, debido precisamente a la ausencia de gravedad: deterioro óseo y muscular (a menudo, a la vuelta, están tan debilitados que llegan a necesitar una silla de ruedas durante un periodo de adaptación), problemas con los fluidos corporales y alteraciones cardiovasculares. La gravedad es, de hecho, una aliada de la salud.
 
Te recuerdo el nombre que le ha dado la ciencia: constante universal. Por supuesto, si la pusiésemos en el contexto de varias galaxias, su universalidad sería contradictoria. Pero es en referencia al planeta en el que hacemos la vida que la ciencia (humana) le dio este nombre. Su universalidad indica que tiene efecto en TODO lo que está en su rango de acción. Con respecto a la palabra “constante”, implica que no importa en qué situación estés: con salud o sin ella, de buen humor o con alguna emoción predominante que te quite atención o capacidad, con una herida en la rodilla o con la fuerza de la adolescencia, recién nacido o con cien años. La fuerza de la gravedad, será siempre la misma e interaccionarás con ella todo el tiempo. Si tienes gripe, irás hacia abajo porque tu capacidad de oponerte a ella está limitada puesto que los tejidos no están en buen estado. Si estás con un nivel excesivo de estrés, irás hacia abajo por la excesiva demanda que llevas a cuestas y que, junto al tirón de la gravedad, disminuye tu capacidad de sostenerte en el medio gaseoso en el que estás. Si te distraes de tu persona, la gravedad estará presente haciendo su labor y hay muchas probabilidades de que vayas hacia abajo.
 
¿En qué momentos funciona mejor un ser humano? Cuando va hacia arriba. Lo mismo les sucede a las plantas y demás animales. Esto no es una casualidad, es una colaboración perfecta. Se trata del binomio arriba/abajo. Fíjate que son términos relativos, es decir, uno cobra sentido cuando aparece el otro.
 
Para resumir, ¿sufrimos el tirón de la gravedad hacia abajo? Sí, como cada objeto que esté en su rango de acción. Pero ¿nosotros podemos oponernos a la gravedad y, por tanto, ir hacia arriba? Sí, cada ser vivo lo hace así, de forma inherente, innata. Y ¿también podemos ceder a la gravedad e ir hacia abajo? Si, y esto tiene ya muchos más matices porque hay una variedad de condiciones que nos van a llevar hacia abajo sin darnos cuenta.
 
Aquí es donde la Técnica Alexander puede ayudarnos, de forma que la interacción con la gravedad sea el motor que nos hace funcionar bien. Hay algunos aspectos a considerar en nuestro organismo. En primer lugar está nuestra capacidad de sentir. Esta cualidad innata nos permite darnos cuenta de si ha pasado algo que nos ha “desordenado”. Con las clases de la Técnica, aprendes a observarte y esa capacidad será una herramienta básica para lidiar con las exigencias del día a día. Cuando te das cuenta de que pasa algo, tienes la posibilidad de cambiarlo.
 
Después está la capacidad de observar algún aspecto básico del uso cotidiano: cómo ando por la calle, giro la cabeza, uso mis manos o los hombros al escribir en el ordenador, en qué posición duermo, cómo decido gastar mi dinero o como reacciono en una discusión, etc. Observaremos si esas actitudes son hábitos y aprenderemos a cambiarlas. Muchos de esos hábitos favorecen que vayamos hacia abajo. Esto es lo que vamos a cambiar con las clases. Cambiaremos las condiciones psicofísicas que son responsables de nuestras reacciones; las ajustaremos para que no interfieran con nuestra capacidad de mantener la estabilidad con libertad.
 
En las clases también se aprende la relación que tenemos con los sentidos. Tanto los cinco básicos como el sentido cinestésico, el que nos dice como estamos en el espacio. Por ejemplo, observa si tu hábito es mirar hacia abajo. Recuerda qué interés tiene tener ojos: te dicen donde está lo que te interesa, te indican hacia donde tienes que ir. Por lo tanto si miras hacia abajo como hábito (mirar hacia abajo está bien cuando es necesario, pero si no lo es, estamos “gastando” el sistema), tenderás a ir hacia abajo. De esta forma, no estás usando la gravedad en tu beneficio, lo cual afectará a tu equilibrio y, para no caerte, el organismo se tensará inadecuadamente.
 
Por último, en las clases se desarrollarán ciertas cualidades que están presentes en todos los seres humanos, pero solo de forma potencial. Si no se trabajan, no estarán activas. Se trata de las capacidades de inhibir, o parar, nuestras respuestas a los estímulos y de dirigir nuestros pensamientos. Es decir, tener conciencia de ellos y decidir como queremos usar el pensamiento para dirigirnos por la vida.
Si eres consciente de cómo te mueves, como te usas en las actividades diarias; si recibes información del organismo de forma que puedas parar y pensar en que vas a hacer para mejorar las cosas; y si conoces los hábitos que interfieren con tu capacidad de interaccionar de la mejor manera posible con la gravedad, entonces tu capacidad de ir hacia arriba estará despierta, será dinámica y adaptable a tus necesidades y circunstancias.
 
Antes he hablado de la verticalidad de los árboles, les beneficia. Pero, ¿y a los seres humanos? Te propongo que hagas una observación por edades. Observa a estos cuatro grupos: niños hasta 5 años, adolescentes, adultos y tercera edad. ¿ves un patrón que puedas clasificar con respecto a cuanta verticalidad conservan? No es casualidad que la palabra “postura” se haya impuesto. La “buena postura” va asociada a la verticalidad, cuanto mejor es una, más presente está la otra.  
 
Para terminar, te ofrezco un pequeño trabajo práctico. Ponte de pie mirando por la ventana. Con los ojos abiertos lleva tu atención hacia tu equilibrio. Observa si estás vertical o hay alguna parte que se va hacia delante, o hacia atrás (la cabeza, la pelvis, los hombros…). Imagina un árbol vertical aguantando el peso de la nieve. ¿Encuentras el punto en común? ¿O más bien tienes la sensación de que no estás en esa forma? Vete ahora al soporte ¿dónde está? ¿son los pies, la espalda, los brazos, la lengua? Pregúntate qué te sostiene. Observa si vas hacia arriba o hacia abajo. Si no llegas a saberlo exactamente, no pasa nada. Entonces piensa si estás yendo hacia abajo. Si sientes que estás yendo hacia abajo, ahí tienes la información. Si es así, pregúntate qué parte te está llevando hacia abajo. Puede que sean los brazos, la tripa o una pierna. Puede que sea la cabeza o las lumbares. Si lo puedes observar, ya has avanzado mucho.
 
Verás que ir hacia arriba no es fácil de sentir (a no ser que tires de ti en esa dirección, y no es una buena idea ya que requiere hacer un esfuerzo innecesario) pero sí se puede notar si estamos yendo hacia abajo. Por lo tanto, si no vas hacia abajo es que tu tendencia es hacia arriba. Una vez más, el bello binomio que la naturaleza nos ha regalado.
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BARRIO SÉSAMO (parte I): dentro/fuera

7/1/2021

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El ser humano, en el acto de la vida, va respondiendo a los estímulos (necesidades, deseos, etc.) que le van llegando; desarrolla un amplio abanico de actividades. La actividad humana engloba cualquier situación que nos lleve a ejercer el pensamiento o los músculos, o que nos provoque una emoción. Cada vez, reaccionamos. 
 
¿Qué tenemos para registrar esos estímulos? Los mecanismos sensoriales que nos conectan con el exterior: los cinco sentidos. Y los que nos conectan con el interior: el sentido de cómo estamos en el espacio, la experiencia vivida, la idea que tenemos sobre las cosas, la conciencia de nosotros mismos.  En esencia, somos seres que percibimos,  nos pulsan tanto los estímulos externos como los que se dan en el interior del organismo. Estos últimos son muy fuertes y, a veces, desconocidos para nosotros pero determinan nuestras reacciones: las emociones, los pensamientos, los sentimientos, los deseos, nuestra concepción de lo que nos rodea. Podemos ejercer un cierto control sobre ellos. La Técnica Alexander nos ayuda a conocerlos, clasificarlos, usarlos en nuestro beneficio para funcionar con salud; y a conectarlos, ya que son complementarios.
 
A menudo nos colocamos en la idea de que no “podemos evitar” reaccionar como lo hacemos. Hay un conjunto de creencias sobre nosotros mismos, pero lo cierto es que nuestras reacciones se pueden matizar, optimizar. La Técnica Alexander nos enseña a usarnos de forma constructiva, se ocupa de toda la cadena de reacción; tiene en cuenta necesidades, cualidades y limitaciones, la información que nos llega, la que tenemos dentro, la experiencia conectada con la vida cotidiana y el trabajo en sí, nuestra capacidad de decidir en una determinada línea.  
 
En el proceso, establecemos una relación dinámica entre lo interno y lo externo. En la naturaleza todo está mezclado, unido, integrado: los estímulos externos accionan nuestro sistema neuromuscular. Nuestras acciones generan un cambio en el exterior. Por ejemplo, estamos en la calle y empieza a llover, el estímulo exterior nos mueve a abrir el paraguas. Ahora la lluvia sigue cayendo pero se encuentra con un límite físico que impide que nos mojemos.
 
Ser conscientes de los estímulos externos que nos afectan (las relaciones personales, la temperatura exterior, el mobiliario urbano, el camino que vamos andando en una montaña, etc.) pero también serlo de  los estímulos que, desde dentro, nos hacen actuar (nuestros deseos y la relación con los sentidos: ver un objeto que nos emocione, escuchar una pieza que nos traiga un recuerdo de una situación o una persona, o ser conscientes de un deseo íntimo) nos ayuda a resolver lo que se nos presente y enriquece la experiencia del vivir.
 
La Técnica Alexander mejora todos estos aspectos por la capacidad que tiene de expandir la conciencia: literalmente nos llega más información de todas las fuentes. Esto es esencial para dar una respuesta que considere las necesidades y deseos siendo respetuosa con el diseño y las exigencias del entorno. Seremos capaces de identificar y reconocer lo que pasa fuera para que no nos arrastre, pudiendo permanecer en nuestro centro. Se trata de estar en contacto con lo externo sin obviar lo interno. Y viceversa.
 
Tomemos un estímulo y veamos la reacción posible. Suena el teléfono (externo) y ves quien llama. Observa si eso genera una reacción en el cuerpo, o en la mente (interno) ¿Puedes decidir como reaccionar? Quizá es importante y decides interrumpir lo que estás haciendo y cogerlo. O decides seguir con lo que estás haciendo. Observa la cascada de reacciones que genera en ti cogerlo, o no. Acciones físicas, pensamientos, emociones incluso. Si haces algo habitual, la reacción te parecerá “lo normal”. Si, por el contrario, tu respuesta es inhabitual, aparecerán muchas más sensaciones, incluidas las incómodas.
 
Estamos expuestos a infinidad de estímulos externos; si por alguna razón nuestro nivel habitual de excitación es “demasiado” alto, entonces nos parecerá que cualquier estímulo justifica una reacción inmediata. ¿Qué ocurre con estas reacciones? Que transcurren por caminos trillados, con pocas opciones: los hábitos. Los hábitos no son un problema per se; pero si lo es la respuesta estereotipada que limita nuestra libertad y posibilidades físicas, mentales, sociales, emocionales, etc.
 
Los hábitos tienen, por supuesto, un lado positivo: proporcionan estructura, seguridad y, por tanto, tranquilidad. Saber que cada mañana abriré el armario de la cocina y me encontraré con la lata esmaltada donde está mi café me proporciona cierta tranquilidad. O que saldré a la calle y cogeré el 27 para llegar a mi trabajo. Sé donde está la parada, cada cuanto tiempo pasa y lo que tardará en llegar a su destino. Estos hábitos de cotidianeidad me ayudan.
 
El problema surge cuando mi hábito es perjudicial para el funcionamiento del cuerpo; por ejemplo fumar. Mis sensaciones me dicen que necesito un cigarrillo; reacciono a un estímulo externo (una llamada, una palabra, etc.) con una “decisión” interna asociada a experiencias y sensaciones de placer, necesidad o ansiedad. Satisfacerlas es sencillo pero conculca el orden del cuerpo: pulmones, tracto respiratorio y digestivo no funcionan bien con el humo ni las sustancias de un cigarrillo. Pero, si decido dejar de fumar, tendré que buscar y desarrollar una estrategia; pues al haber desarrollado semejante hábito, el cambio supone ir contra un cierto “orden” establecido.
 
Supongamos que el “hábito reaccional” es más “físico”, como subir los hombros, bloquear la respiración o meter la pelvis hacia dentro. Un estímulo externo genera un efecto en el orden interno. Por ejemplo, ante una gran exigencia de trabajo  dejamos de respirar, con lo que el orden interno se trastoca en la mala dirección. Si esto se repite lo suficiente, quedará establecido sin que nos demos cuenta. No solo se establece el hábito en sí, sino la conexión entre lo de fuera y lo de dentro: una variedad de situaciones (estrés, angustia, miedo, etc.) disparan una reacción,  la misma siempre. El hábito ya no es una reacción puntual sino un patrón bien establecido y que no contempla ninguna otra respuesta. Quebrantar el orden corporal óptimo, generará problemas. Lo curioso es que puede que no aparezcan de inmediato por lo que no es fácil vislumbrar la conexión entre el evento y la consecuencia. Cojo un peso pesado y no pasa nada. Y un día, después de levantar la misma caja pesada que ya había levantado mil veces antes sin consecuencias, aparece un dolor agudo que no se va de ninguna forma. ¿Qué pasó? ¿Dónde está la diferencia?
 
Pensemos ahora en la naturaleza de los estímulos que te llegan. Clasifica. ¿Cuáles llegan de fuera? ¿Cuales son internos? Si puedes diferenciarlos, es un primer paso para ajustar la respuesta a ellos. Cuando identificamos lo que nos llega, podemos tomar una decisión sobre como reaccionar. Y sobre todo recuerda: si es externo, no puedes transformar su naturaleza ni el hecho de que aparezca. Pero, si es interno, entonces puedes desarrollar la capacidad de verlo, reconocerlo y evolucionar en tu respuesta.
 
 

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Tocar música con salud

7/1/2021

 
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Siempre he trabajado con muchos músicos. La naturaleza del acto de tocar es compleja, se juntan muchos elementos que, cuando confluyen con equilibrio, dan un bello resultado sin perjudicar al músico.
 
He visto que a la cuestión técnica y artística se une la complejidad del uso del cuerpo, la atención a la tarea y el contacto con el exterior, es decir, la relación con los demás músicos, la persona que dirige la orquesta y el público. Es un fino equilibrio que puede desordenarse por cualquier lado.
 
El uso del cuerpo es esencial en la ejecución musical. No hay que olvidar que la esencia de ese cuerpo es el cambio; mientras se mantenga su capacidad de cambio, funcionará bien. Si nos vemos obligados a repetir una acción mucho tiempo o muchas veces, es fácil cansarse, aburrirse y que se generen tensiones innecesarias. Tanto en el cuerpo como en la mente.
 
Esta situación de repetición en el estudio de la música, por ejemplo, alimenta una sensación de confort y mejora. Pero a menudo no es fiable. Se han hecho estudios en los que se observa que los resultados positivos en el estudio de “hoy”, por ejemplo, no llevan necesariamente a un buen aprendizaje a largo plazo. Puedes leer un interesante artículo a este respecto en el siguiente enlace:
www.bulletproofmusician.com/why-the-progress-in-the-practice-room-seems-to-disappear-overnight/
 
También, cuando uno se cansa de tocar, se recurre al descanso, pero siendo este recurso necesario, no es suficiente. Es indispensable buscar y construir recursos internos propios. En este apartado es donde la Técnica Alexander ha demostrado ser una herramienta muy útil para la ejecución de la música.  Así, trabajamos el comienzo del acto de tocar ya que nos interesa el equilibrio cuando estamos de pie o sentados. La calidad del equilibrio determinará como levantamos los brazos para coger y accionar el instrumento, la respiración para manejar el aire y la atención que tenemos disponible a la hora de tocar.
 
Trabajamos una actitud dinámica en relación a la ejecución musical. El proceso ofrece un aprendizaje constante. Nos entrenamos para mejorar ciertas capacidades innatas que requieren de la práctica consciente para un funcionamiento óptimo. Así, el trabajo incidirá positivamente en los siguientes campos:

  1. Nuestras reacciones a los estímulos que van surgiendo. Por ejemplo, ante un pasaje difícil o ante la idea de la perfección. Estas reacciones suelen ser hábitos perfeccionados a lo largo de muchos años. Son automáticas y nada controladas, pero es posible cambiarlas.
  2. La respiración. Dado que la respiración está íntimamente conectada con el pensamiento, el soporte y el movimiento y todos estos aspectos juegan un rol en el acto musical, cuando ajustamos la forma en que funciona el cuerpo y los pensamientos, la respiración mejorará de forma espontánea. Aunque la Técnica Alexander tiene herramientas concretas para mejorarla en cada clase, se hable de ella o no, mejorará.
  3. La coordinación neuromuscular. Se equilibran las tensiones musculares.  Creamos conexiones adecuadas entre partes (por ejemplo entre brazos, manos, dedos y la parte baja de la espalda) y entre acción y  pensamiento.
  4. La conciencia de “cómo estoy”, “cómo me muevo”, y “qué hago con mi cuerpo” cuando necesito cubrir alguna necesidad
  5. El manejo del estrés. Si al cuerpo le sobra tensión en algunos sitios mientras le falta en otros, hay un desajuste que lleva al estrés. Cuando  aprendemos a soltar, parar y decidir lo que queremos en un momento dado, el estrés se volatiliza ya que no tiene el caldo de cultivo en el que sobrevive. Esto también influye en la capacidad de manejar el pánico escénico ya que si el cuerpo está estresado será muy fácil que, en las condiciones adecuadas, aparezca una sensación de nerviosismo descontrolado.
  6. La experiencia musical y la calidad del sonido. Todos mis alumnos músicos han expresado como han cambiado, a mejor, estos aspectos. Hay que recordar que, junto al instrumento musical, está el cuerpo, que es el mecanismo que lo acciona. Un mecanismo desajustado afectará a la calidad del sonido. Por supuesto, la práctica y la capacidad del intérprete puede soslayar esto en cierto modo. Pero luego está la experiencia musical. Es decir, ¿es de disfrute o de aburrimiento o sufrimiento? ¿hay interés en estudiar cada obra o se quiere cumplir con el trámite? Cuando el cuerpo está más abierto, libre y conectado con los pensamientos, está en mejor disposición de tener una experiencia más placentera. 
  7. El conjunto de exigencias físicas y mentales que, de manera consciente o inconsciente, lideran nuestras acciones a la hora de acometer una obra o pasaje. Aquí entran en juego tres aspectos fundamentales: el tiempo, el deseo de “hacerlo bien” y la forma que tenemos de definir como es ese “hacerlo bien”. Cada uno de estos aspectos se podría ampliar en un escrito propio ya que son temas muy básicos de la forma en que planteamos cualquier actividad de nuestra vida. Pero daré un ejemplo. Imagina un día en el que te has propuesto hacer diez recados. Lo primero, tendrás que valorar si te va a dar tiempo a hacerlo todo. Puede que sí, pero corriendo. Esto tensa el sistema innecesariamente. El planteamiento es “si lo hago todo, bien. Si no, mal”. O bien te puedes plantear: “voy a hacer una cosa, luego otra y después otra. A ver hasta donde consigo llegar”. En este caso, la orden al sistema es totalmente distinta y tendrá otro efecto. Por último está la percepción de si lo he hecho “bien” o no. “Bien” es admisible pero “perfecto” puede ser perjudicial. ¿Por qué? Porque con semejante exigencia es difícil que lleguemos a un punto de satisfacción. Y, de nuevo, la insatisfacción tensa el sistema.
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